No hay sonrisas,
globos, ni clima de fiesta.
En esta fotografía
hay cuatro personas con gesto adusto. Desde el fondo, el piquetero Tito López,
con la camisa arremangada, abre la boca como si cantara algo. A su derecha una
mujer de cuarenta y largos, rotunda, lo acompaña. Más allá un joven mira lejos.
La torta con dulce de leche está en el centro de la mesa. Sobre ella, un par de
velitas encendidas. Atrás, se lee una pancarta con el nombre del cuarto
integrante de la escena que ahora está en el centro de la imagen, vestido con
la ropa de trabajo color camel de Secheep, la empresa de energía eléctrica estatal
del Chaco. Mira fijo a la cámara, con una ligera sonrisa, casi imperceptible. La
piel curtida de intemperie, la nariz filosa, la gorra marrón. Es el 12 de julio
de 2012 y Miguel Benito Conde Olgado, el homenajeado, conmemora los 12 años de
la instalación de su búnker de protesta, La Carpa de Secheep, desde la cual reclama la
devolución de su puesto trabajo, arrebatado en un trámite muy irregular.
La convocatoria
fue escasa en comparación a años anteriores, me dirá después. Según él, ese día
el gobierno organizó una fuerte agenda de inauguraciones de viviendas sociales,
reuniones con sindicatos y movimientos sociales, con el único motivo de desinflarle
el acto. “El año pasado llené la cuadra completa y también adentro de Secheep.
Estaba lleno de gente. Te voy a mostrar las fotos. La Voz del Chaco tituló ‘Acto
multitudinario del aniversario de Conde Olgado’. ¡Titulazo en la contratapa! Fenomenal”,
recuerda.
Veinticuatro
horas después de esa foto, el propio gobernador Jorge Capitanich hizo pública
la propuesta que le había hecho en privado. Molesto por lo que consideró una
serie de agravios por parte de Conde hacia su persona (no especificó cuáles) dijo
que el gobierno ofreció devolverle su empleo a cambio de que desista de
continuar con la demanda judicial millonaria que hasta ahora impulsa contra el
Estado, donde reclama que se le abonen los 156 meses de salarios caídos, propuesta
que el exoperario no aceptó.
“Me parece que es
momento de aclarar una cuestión”, dice ahora el gobernador en conferencia de
prensa, con el rictus tenso. “He puesto un equipo de abogados y expertos de
nuestro gobierno precisamente para resolver el problema, pero él mantiene una
posición de carácter irreductible. Una negociación entre partes implica también
que cada una debe ceder y ajustarse a derecho”, enfatiza.
Asegura que todos
los organismos consultados plantearon lo mismo: que la devolución de su puesto
de trabajo debería ordenarse garantizando al Estado provincial la solución
“integral y finiquito” de todas las cuestiones judiciales pendientes, “entre las
que deberían desistirse, “en especial la Acción Autónoma de
Nulidad – expediente 1170/08 en el Juzgado de Trabajo 1” , señala. “Los dictámenes de la Fiscalía de Estado y el
Tribunal de Cuentas”, destaca Capitanich, “impiden al Poder Ejecutivo y a
Secheep mantener cualquier tipo de negociación sin que el señor Conde Olgado
desista de proseguir con las acciones judiciales contra el Estado provincial
que derivarían en pérdidas millonarias”.
Antes de ser
gobernador, en la campaña electoral de 2007, había prometido reincorporarlo.
Esto, hasta hoy, no ocurrió.
***
El celular se ilumina en el bolsillo izquierdo de su camisa.
Está parado justo al lado de La Carpa. El cigarrillo con boquilla de plástico en
sus labios le da cierto aire distinguido. Tiene la vestimenta oficial de
Secheep: un camperón verde oliva, pantalón de grafa y zapatos de seguridad. Un
Quijote post revolución industrial.
A Conde le llegó un mensaje de texto. Lo invitan a participar de una
marcha en reclamo de justicia convocada tras la muerte de la maestra jardinera
Silvia Fernández, quien falleció el 15 de agosto de 2012 luego de caer de su
moto en un intento de asalto. Como siempre, como en todas las movilizaciones en
las que le piden que esté, él estará.
En estos doce años desde que instaló su trinchera y trece desde que lo
echaron, hizo una innumerable cantidad de presentaciones, protestas, marchas y
reclamos. La mayoría, para otros. En una lo detuvieron por varias horas, sin
motivo aparente. Las movidas vinculadas con su reclamo personal, con su
reincorporación, fueron las menos. Entre ellas, hizo varias “mateadas de
protesta” frente a la casa del exgobernador Ángel Rozas, realizó presentaciones
ante la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), ante el
Instituto contra la
Discriminación , el Racismo y la Xenofobia (Inadi) y
hasta se inscribió para el Récord Guiness, para ser oficialmente considerado
como la persona que más años lleva instalado en la calle reclamando la
devolución de su puesto de trabajo.
Ahora vamos hacia la manifestación frente a Casa de Gobierno. Por la
marcha, el tránsito es un caos. En el camino, Conde aprovecha para llamar a un
contacto en Secheep. Sucede que hace tiempo se le complica pagar la luz, y cada
tanto amenazan con cortársela y hasta sacarle el medidor. La empresa que lo
echó ahora lo deja a oscuras. Habla con un operario, le pide que lo aguanten
hasta el lunes. Dos cuadras después parece que llegó a un acuerdo.
Desde Güemes e Yrigoyen, frente al Nuevo Banco del Chaco, se ven algunas
luces en el centro de la calle, como luciérnagas. Cerca de Casa de Gobierno, a
una cuadra de donde estamos, marcha un grupo de unas doscientas personas.
Varias llevan velas, algunas sostienen carteles, otras tienen remeras con
rostros de familiares fallecidos en episodios de inseguridad. La palabra
“Justicia” se repite en los cánticos. Gran parte de los que integran las
columnas son maestra jardineras, con sus uniformes azules. Con los ojos
llorosos pero entero, encabeza el grupo el marido de la víctima, Ricardo
Fernández.
La cobertura que hace la prensa local es exigua. Justo cuando se enciende
el reflector de una cámara de la televisión local, Conde aprovecha para sacar
su pequeña camarita. Mientras filma, habla con los familiares de la mujer
asesinada, con sus compañeras de trabajo, con maestras que vinieron a apoyar y
con otras personas que fueron víctimas de la inseguridad.
“Quiero agradecer a todos los que
están acá”, dice ahora el viudo de la docente. Es retacón, muy gringo. “A Silvia la acompañó buena gente y es la que
estoy viendo en este momento que es tan duro para nosotros. Simplemente decirle
gracias. Silvia desde el cielo estará viendo a toda la buena gente que estuvo a
su lado. Gracias”, dice, mientras lo aplauden y abrazan.
En un momento dado aparece el contador José Luis Cabral, asiduo asistente
a La Carpa de
Secheep y uno de los más fervientes defensores de Conde y su lucha. Está
vestido totalmente de negro. Es menudo y sus pobladas cejas negras contrastan
con sus escasos cabellos blancos. Al igual que Conde, fue despojado
injustamente de su trabajo como docente durante la última dictadura en el
Chaco. Ahora es presidente del MOCOUT (Movimiento Cooperativo Unido por
Trabajo) que dice nuclear a los carreros de Resistencia. Le pregunto si ahora
trabajad de carrero. Me cuenta que no. Le pregunto si alguna vez se subió a un
carro. Me reconoce que tampoco. Nada me queda muy en claro.
En este instante, Cabral se convierte en el productor de exteriores a
Conde. El contador le indica al oído a quien entrevistar, quien es el
entrevistado y cuál es su historia. Luego organiza a un grupo de seis maestras
jardineras para que se coloquen junto a las rejas que rodean a la Casa de Gobierno y que ahora
tienen varios listones negros con detalles violetas. La idea es que las
registre.
Después me dirá que esta cobertura es una colaboración que hace para los
periodistas Roberto Espinoza y Antonio Guinter, con quienes mantiene una
relación de amistad. (En el programa de radio del primero –“Palabras
Encontradas”- hace habituales apariciones a través de informales flashes de
noticias donde realiza denuncias varias. A veces hasta pide “Placa Roja” y el
operador ya sabe que tiene que poner la música de Crónica TV. Con Guinter tiene
una relación más estrecha y antigua: cuando La Carpa cumplió 12 años, el periodista le dedicó una emisión especial de
“Péndulo” (que se emite por Canal 6, de Cablevisión) donde transmitió desde su
búnker de protesta.
“La prensa si quiere Justicia, si quiere un buen Gobierno, es la que
tiene la autoridad para hacerlo”, reflexiona. “Yo manejo mucho la estrategia.
Por eso el que se va conmigo a alguna protesta quiero que me cuide la espalda.
Yo les digo que tiene que tener prendida la cámara permanentemente. Es lo mejor
que podés hacer. A todos los que vienen y se arriman andá grabándolos. Pasa
algo y él ya sabe que está grabado. Te llega a meter un tiro, un cuchillazo,
algo, el tipo sabe que está registrado. Y después los actos, los vocabularios,
todo hay que tener grabado. La grabación no es para escracharlo, sino para
defensa. La prensa es la mejor defensa”.
***
Nació el 30 de julio de 1958, en el paraje Punta Riel, jurisdicción de la
localidad chaqueña de Margarita Belén. Tiene cuatro hermanos: dos varones y dos
mujeres. Su papá, Manuel Benito, se dedicaba a la siembra de algodón, tabaco y hacía
algo, muy poco, de ganadería. Su mamá, Jacinta Fernández, era ama de casa. En
tanto, sus abuelos paternos tenían un buen pasar como joyeros en un gran local
en donde ahora funciona el Banco Hipotecario, en Juan B. Justo y Alberdi, en
Resistencia.
La vida en el campo era dura, pero marchaba. El papá hacía las labores campestres,
los chicos jugaban y la mamá los cuidaba. Hasta que un día todo se derrumbó.
Manuel Benito, su papá, enfermó de gravedad. Pasaron los días y la situación no
mejoraba. Hasta hoy ninguno de los hermanos tiene idea de qué le pasó realmente.
Sospechan de un cáncer en la sangre. Dicen
que se alimentaba mal. Falleció a los 34 años.
Pasó el tiempo y al dolor que sentía Jacinta por la pérdida del marido se
sumaron los problemas económicos. Graves. En el medio del campo, con tantos
hijos sin edad para trabajar, no tenía idea de cómo hacer para sobrevivir,
hasta que una tía le dio un consejo: enviar a los chicos varones a un orfanato
donde pudieran darles de comer y vestirlos y a sus hijas dejarlas al cuidado de
su abuela materna. Sólo así podría trabajar de empleada doméstica cama adentro
y algún día, cuando las cosas mejoren, contar con el dinero necesario para
vivir bien, todos juntos, como antes.
Rodolfo, Horacio y Miguel, de tres, cinco y seis años, llegaron al
Patronato de la Infancia ,
por San Lorenzo al 190, en Resistencia. Meses después, los trasladaron al IPAS
(Instituto Provincial de Acción Social), en Marcelo T. de Alvear casi Wilde, y luego
a una guardería para niños de calle Pellegrini al 700.
Su mamá los iba a ver periódicamente y hasta había fines de semana que
los retiraba. Tiempo después, cuando los hermanos ya eran preadolescentes, Jacinta
logró comprar una mejora en Echeverría al 1500 y volvieron a vivir juntos.
- ¿Cómo fue el trato en el
internado?
- Tengo una capacidad que
es la de no recordar. No podés recordar esos tiempos. Si, recuerdo que yo no
pensaba. Me adaptaba. Esperaba siempre el momento de ir a la escuela. Los tres
éramos así. Yo no faltaba nunca a la escuela, tenía excelentes notas. Vivía
jugando, corriendo, me divertía. Era la mejor manera de sobrellevar todo eso.
¿Sabés como me definió una celadora? Me dijo: “Vos parecías un tigre agazapado
cuidando a tus hermanos”. Ahí se arman grupos, tribus, había jefes de grupos.
La mejor manera de no meterte con la gente era no hablar. Yo no hablaba:
jugaba, me reía, pero evitaba meterme en los conflictos. Creo que me
respetaban.
A los 11 años empezó a trabajar en el campo de su tío. Llegó a cosechar
algodón. Luego comenzó como cadete en una casa de viandas. El trabajo lo obligó
a cambiarse al colegio nocturno. “¿Vos sabés lo que fue inscribirme a la noche?
Uno es criatura y piensa: qué jodido. Igual yo no me resiento, nunca fui
resentido porque lo tomé como una circunstancia, ni siquiera me daba cuenta”.
Además de haberse recibido de martillero público y de maestro, trabajó en
un taller electromecánico, un lavadero de autos, fue mozo, seguridad de
boliches, obrero de la textil Abraham, compró y vendió motos y hasta vendió
publicidad para diario Norte y Canal 9. “Trabajo, trabajo, trabajo. Toda mi
vida fue trabajar y trabajar. Gracias a Dios me adaptaba a todo. Por ahí me
pregunto ¿qué pasó con mi vida?”.
***
Roberto Omar Zapata, abogado de Luz y Fuerza, fue quien impulsó en el año
2000 la primera demanda judicial reclamando que a Conde se le pague la
indemnización por despido injustificado. Cuatro años después, la Justicia le dio la razón
y ordenó a la empresa que le pague a su cliente $37.157, más honorarios y
costas. El fallo lo dictó la jueza del Trabajo Nº2, Nora Fernández de
Vecchietti en la causa caratulada “Conde Olgado, Miguel Benito c/Servicios
Energéticos del Chaco Empresa del Estado Provincial (Secheep) s/ Despido”,
expediente 15825/2000.
En esa sentencia no se analizó si estuvo bien o mal efectuado el sumario
con el cual lo despidieron, si lo persiguieron, o lo discriminaron, sino que
simplemente se resolvió que, al momento de echarlo, aún tenía ocho meses más de
fueros gremiales ya que si bien dejó de ser delegado un año atrás, la
legislación laboral mantiene dicha protección por 12 meses más. Para despedirlo
legalmente, Secheep tendría que haberle iniciado, en primer lugar, una causa judicial
para quitarle sus fueros y luego, con orden de un juez en mano, accionar.
Conde no quedó conforme con esta resolución y apeló para que se le abone
un plus por daño moral. En 2007, los jueces Martha Rodríguez de Dib y Osvaldo
Verón, de la Sala Segunda
de la Cámara
de Apelaciones del Trabajo, hicieron lugar a su demanda y ordenaron que se le
pague $22 mil más en la causa caratulada “Conde Olgado, Miguel Benito
c/Servicios Energéticos del Chaco Empresa del Estado Provincial (Secheep) s/
Despido, etcétera”, expediente 74/2005”.
Este fallo fue más allá de lo dictaminado en el juicio de primera
instancia y demostró que el sumario que le realizó la empresa a Conde para
justificar su despido fue totalmente parcial y arbitrario.
¿Con qué argumentos, entonces, Secheep lo despidió? De acuerdo a la
sentencia, la patronal lo imputó de irregularidades consistentes en ilícitos
para favorecer a terceros, al dividir el consumo de energía eléctrica sin
autorización, omitiendo cargar dicho consumo en la cuenta del cliente, entre
ellos un local de video póker. Esto, según los argumentos que dio la empresa,
había ocasionado un daño patrimonial a Secheep. Con esta acusación, el
Directorio, a través de la
Resolución N º 5091, resolvió el 15 de abril de 1999 dar de
baja a Conde acusándolo de "haber cometido una falta grave en el desempeño
de sus funciones" y afirmando que "dicha conducta fue violatoria de
los principios de confianza,
lealtad y buena fe (...) tornando imposible la continuidad del vínculo
laboral de trabajo; por pérdida de confianza".
Los jueces Rodríguez de Dib y Osvaldo Verón pudieron comprobar que la
división de consumo estaba autorizada y era de conocimiento de los funcionarios
de línea debido al régimen caótico de la empresa en su funcionamiento interno,
procedimiento que no estaba reglado y estaba vinculado, según los jueces, con
las serias deficiencias administrativas de la empresa que emitía
sobrefacturaciones o facturas con consumos cero.
Por otra parte, los magistrados hicieron mención a las actitudes
persecutorias que los directivos de la empresa tenían con él por su condición
de delegado gremial, obligándolo a
cumplir, por ejemplo, mayores cargas laborales y responsabilidades de las que
les correspondía. Precisamente, Saúl Medero, uno de los que fue echado y luego
reincorporado, declaró que Secheep tenía "una persecución personal” contra
Conde. “Le sacaron las cortinas de su sector y le hacían hacer trabajo en
otro”, dijo en la causa.
Ambos fallos, el de primera y segunda instancia, fueron victorias para
Conde, pero no iban al quid de la cuestión. Buscando concretar la restitución
de su puesto de trabajo, presentó a fines de 2005 una medida autosatisfactiva.
Pero no tuvo la misma suerte. Fue rechazada “in límine” por la titular del
Juzgado del Trabajo 1, Martha De la
Vega , fallo que fue confirmado posteriormente por la Cámara de Apelaciones y
luego por el Superior Tribunal de Justicia. Su reclamo, por el que tanto
peleaba, no era avalado por los jueces chaqueños.
Conde salió a repudiar este revés judicial y puso en tela de juicio a los
magistrados De la Vega
y a su par Eduardo Antonio Siri (de la Cámara de Apelaciones) por considerar que eran
personas vinculadas a la
Alianza Frente de Todos, partido que gobernaba por la
provincia por ese entonces.
Siri salió a responderle. A través de una carta de lectores, publicada en
diario Norte, el 8 de enero de 2010, explicó que la Ley 23.551 de Asociaciones
Profesionales, en su artículo 52, otorga al delegado gremial que fuera objeto
de un despido injustificado, dos opciones: considerarse despedido y reclamar
las indemnizaciones agravadas; o demandar el reintegro a sus tareas por nulidad
del despido y que se condene a la empresa al pago de los salarios caídos. “En
este caso, Conde Olgado no reclamó el reintegro, sino que hizo uso de la
primera opción, de modo que una vez elegida una vía, no hay retorno; máxime,
cuando después de elegida, se consciente todo el procedimiento, pasando así la
sentencia en autoridad de cosa juzgada, criterio que es unánime en la
jurisprudencia”, señaló Siri.
Conde no veía una solución. Había logrado que se le considerara la
indemnización y el daño moral por despido (un hecho inédito en la justicia
laboral argentina) pero no lograba que le devolvieran su trabajo. En 2008, tras
ocho años de estar instalado frente a Secheep, y sin una luz al final del
túnel, conoció al abogado Jorge Antonio Gait. “Conde”, le dijo Gait, “yo sé lo
que te va a devolver tu puesto de trabajo. Dejame a mí”. Fue así que el letrado
promovió ante el Juzgado del Trabajo Nº1, a cargo de la jueza Ana María
Fernández una “acción autónoma de nulidad”, que solicitaba anular las
sentencias anteriores, donde se rechazó el pedido de Conde para volver a su
trabajo y pedía que se dicte un nuevo fallo en el cual se tenga en cuenta una
serie de normativas, leyes y jurisprudencias que, según Gait, no se
consideraron en esas decisiones.
Entre tantas, se destacan dos: el respeto al artículo 14 bis de la Constitución Nacional ,
donde se establece la protección contra el despido arbitrario, estabilidad del
empleado público y respeto irrestricto a la tutela sindical. Y, por otra parte,
el cumplimiento del denominado Caso Madorrán, fallo de la Corte Suprema que
sentó jurisprudencia en cuanto a la estabilidad absoluta del trabajador estatal
y que, ante un despido arbitrario, se debe restituir al trabajador en su puesto
y, además, pagarle los salarios que dejó de cobrar.
Justamente el Caso Madorrán tiene similitudes notables con el de Conde.
La historia es así: Martha Madorrán se desempeñaba desde los setentas en la Dirección de Aduanas de
Buenos Aires, hasta que en 1996 fue echada porque el organismo “perdió la
confianza en ella”. Casualmente la misma consideración que utilizó el
Directorio de Secheep. La mujer, que contaba con un legajo intachable, fue
acusada de cometer una serie de irregularidades que nunca se comprobaron.
Ni bien la echaron, Madorrán inició acciones legales solicitando la reincorporación
a su puesto de trabajo en razón de la estabilidad absoluta que goza el empleado
público. La Sala VI
de la Cámara Nacional
de Apelaciones del Trabajo hizo lugar a esa demanda al considerar que no se
había probado ninguna falta grave que justificara la decisión de prescindir de
sus servicios y también se remarcaba que en la Aduana había una situación
caótica, sobre la que Madorrán no tenía posibilidad alguna de modificar.
Casualmente lo que ocurría en Secheep cuando despidieron a Conde.
Asimismo, el artículo 7º del Convenio Colectivo de Trabajo 56/92 “E” que
permite despedir a un trabajador aduanero por parte de la Administración sin
expresión de causas fue considerado inconstitucional por no respetar la
estabilidad absoluta del empleado público. Ese convenio había sido pergeñado en
pleno menemismo cuando la flexibilización laboral era vendida como la panacea
del desarrollo del país, pero, en los hechos, era el desamparo absoluto del
trabajador.
Consideraron que el permitir el despido sin razones válidas no sólo
genera el problema de manipulación política de los puestos de trabajo
estatales, sino que recarga las obligaciones patrimoniales del Estado al tener
que solventar la totalidad de los despidos. Por esta razón confirmaron la
sentencia recurrida y reafirmaron que el Estado solamente puede despedir a su
personal en caso de faltas graves y justificadas. Así, en 2007, once años
después de que la despidieran (Conde lleva trece de despedido), Madorrán pudo
volver a su puesto de trabajo.
“Ya me había acostumbrado a mis vacaciones”, se ríe ahora, del otro lado
del teléfono desde su casa de Temperley, provincia de Buenos Aires. Hoy, ya
retirada, Martha recuerda su padecimiento con orgullo. “Mi caso fue algo muy
particular, muy injusto porque yo ni siquiera tenía faltas sin aviso. Las
únicas veces que falté fue cuando tuve a mis hijos”, cuenta.
“Yo luché durante todo este tiempo, más que nada por la reivindicación.
Me echaron, así porque sí, y eso no podía ser. Porque si eso hubiera sido así a
cuánta gente hubieran echado por que sí. Esas cosas se hacen en una empresa
privada. Acá no: acá la administración pública no ‘tiene pérdida de confianza’,
porque no hay un dueño”, dice.
Si se concretara una sentencia favorable a Conde, si el Juzgado del
Trabajo Nº1 le diera la razón, y el gobierno no apelara, recién ahí se abrirá
la posibilidad para que le devuelvan su puesto de trabajo, además de pagarle
los trece años de salarios que dejó de cobrar. Así, el pago de una
indemnización, más el agravante por daño moral, más la restitución de su puesto
de trabajo sumado al pago de los salarios caídos sentaría un nuevo precedente
en la jurisprudencia argentina respecto de cómo la Justicia podría accionar
en casos de despidos arbitrarios por parte del Estado. Esta causa, la madre de
todas las batallas, hace cuatro años está parada. Por el momento, Conde sólo
logró una serie de dictámenes del Tribunal de Cuentas, la Subsecretaría de
Derechos Humanos y la
Defensoría del Pueblo que exigen que se le devuelvan su
empleo. De todos modos ninguno de estos escritos son vinculantes y, en los
hechos, no sirven de mucho.
***
Después de tantos años, hoy La
Carpa ya es parte del paisaje. Todos la ven pero nadie la
mira. La gente pasa y ya no le sorprende que, por ejemplo, haya una edificación
a un costado de la vereda, sobre un cantero, o que dos veces por semana se
organicen asados o rondas de guiso carrero, o que a la tarde, se despliegue una
mesa de madera y comience una encendida ronda de truco.
Adentro parece una biblioteca antigua. Hay innumerables carpetas de color
amarillo y marrón y papeles apilados en estantes precarios. Tiene una suerte de
azotea donde hay más documentos. Son los expedientes que tiene Conde de sus
causas, sus presentaciones, sus cartas de lectores y algunas denuncias presentadas,
entre otros. La sensación es de agobio. También se ve una cama bien puesta, una
silla, algunas ropas colgadas para secar.
Héctor Aguirre es quien actualmente se queda la mayor parte del tiempo dentro
de la carpa, propiamente dicha. Tiene cuarenta y largos, bigotes prolijos
entrecanos, pelada avanzada y colita larga atrás. Conde me contará que un día
se acercó y le pidió quedarse porque no tenía otro lugar a donde ir. Hace y
vende muebles y artesanías en madera a los vecinos del centro. Esto explica por
qué dentro y fuera de La Carpa
haya tamaña cantidad de maderas y postes apilados. “Se vende bien”, me dice Héctor,
quien me explica que efectivamente está todo el día ahí pero aclara que por las
noches cierra con candado y se va a dormir a su casa por Edison y calle 24.
“En La Carpa ,
antes había un hombre que lo echaron del hospital Pediátrico y vino a quedarse
acá con su mujer”, me cuenta Conde. “Era muy prolijo, muy limpio. Me acuerdo
que La Carpa
siempre tenía olor a velas aromáticas. Después se fue. Así como él hay una
lista larga de gente que me pide para quedarse”.
“La Justicia
chaqueña: esa prostituta VIP que coquetea y pavonea con el poder”, reza uno de
los carteles que cubre La
Carpa. Lo grafica un dibujo de una mujer en ropa interior.
Junto a ella dos edificios: el de Secheep y el del Tribunal de Cuentas, el
organismo de contralor provincial. El otro costado del búnker, el que da hacia
la vereda, tiene una tela arpillera blanca donde hay mensajes de aliento hacia
Conde escritos con fibras y birome. “Sólo los que viven de rodillas ven a sus
enemigos gigantes”, se lee en uno.
El otro “ambiente” de La
Carpa , donde se realizan las rondas de mate, las cenas y el
truco, está unos metros más allá, siempre sobre el cordón, para no molestar.
Hay sillas plásticas remachadas, puede estar o no una mesa. El cielo raso son
las estrellas y las ramas de un árbol añoso.
“A mí me intentaron sacar, tengo un proceso judicial y todo”, recuerda. “Gracias
a Dios la Justicia
determinó que yo no molestaba, porque La Carpa no molesta al tráfico”. Conde explica su
estratégica posición: “Lo puse justo en el cantero. Todo eso lo planifiqué. Yo
podría haberla puesto en la esquina (de Illia y Sáenz Peña). Pero en la esquina
tenés el efecto de dos calles que se encuentran. Vos tenés que pensar en la
gente, en el tráfico. Hay que tener cuidado”.
***
–
¿Juegan hoy?
Es sábado y hace
frío en Resistencia. Cae una tímida llovizna.
– Sí, a las dos de la tarde arrancamos. Venite a las cuatro y después
vamos para casa y seguimos charlando. ¿Te gusta el cocido con torta frita?
Ahora, en una cancha de pádel techada de calle Necochea, está sentado
viendo el partido que disputan cuatro de sus amigos. Tiene chomba blanca,
cuello hacia delante, medias y zapatillas al tono. Los pantalones cortos
negros, las pantorrillas gruesas, llenas. Veo algunas manchas oscuras en ambas
piernas, recuerdo de una psoriasis generalizada que irrumpió en su cuerpo
debido al estrés de estar tanto tiempo en La Carpa. Más adelante me
dirá que el médico le recomendó no permanecer las 24 horas en la calle y le
recetó Alplax, médicamente indicado para los trastornos por ansiedad
generalizada y para el tratamiento del trastorno de angustia (ataques de
pánico).
Tiene un estilo grácil para jugar, elegante. Tiran un smash y logra
devolverlo. Lo hace moviendo ligeramente la muñeca, el esfuerzo leve. La pelota
regresa de donde vino impulsada sólo por la potencia del remate del oponente.
Hay un segundo smash. Lo devuelve de un modo similar, casi sin inmutarse. Logra
golpear la pelota pero ésta se resiste. La pelota hace una curva y cae. Queda
en la red. Conde hace un leve gesto de malestar, es mínimo. Al final, perderá
la misma cantidad de partidos que ganará.
Al parecer, Conde encontró una relación entre el pádel y su lucha.
“¿Sabés por qué hago esto? Esto para mí es una descarga de emociones. Otras
cosas, como el gimnasio, por ejemplo, gastás energía pero no emociones”, me
dice.
Sobre su faz deportiva, Conde me contará que siempre fue amante del
cuidado del cuerpo. “Antes no fumaba. Hacía boxeo, karate, judo, levantaba
pesas, corría. Vivía corriendo. Es la mejor protección que tenés en este mundo:
el poder defenderte. Es más, con el deporte te volvés más pacífico. Menos
peligroso ¿En qué sentido? Te controlás más y reaccionás menos. Es más: cuando
te ven se te animan menos. Porque cuando uno vive así tenés que cuidarte que no
te molesten. Para mí es un mérito estar donde estoy hoy porque nosotros estamos
luchando contra un poder que ni siquiera lo vemos”.
El juego terminó. Se sube a su moto Suzuki AX100. Vamos a su casa. Arriba
de su vehículo, el equilibrio es imposible: sobre el tablero lleva una campera,
un pantalón, sobre el manubrio izquierdo está colgado un pequeño bolso donde
carga termo, mate y yerba. Para hacer espacio, maneja con las piernas muy
abiertas. Una riñonera le cruza la espalda y mientras conduce trata de encender
un cigarrillo en una maniobra bastante incómoda. No sé cómo lo hace, pero lo
hace.
Estamos sobre avenida Hernandarias, en diagonal al cementerio municipal
San Francisco Solano. Desde la calle, su casa es imperceptible. Varios árboles,
algunos canteros y la falta de luz la tapan completa. Más cerca, se ve la
fachada negra y gris del paso del tiempo. En la entrada, a un lado, hay un
cúmulo de arena cubierto por algunos ladrillos, restos de algún proyecto
trunco. Desde adentro, un perro nos ladra.
Conde vive solo. Tiene un pequeño recibidor, con algunos papeles
desordenados y una puerta de madera sobre la pared. La cocina es así: placard,
heladera petisa, alacena, mesa mínima, tres sillas, la cocina. En la pared sólo
hay una repisa encorvada de humedad, con una lámpara de kerosene. Un poco más
allá, colgando de un hilo, una pequeña hada rosa. De fondo, se escucha un goteo
persistente. El ambiente es de una digna austeridad.
Desde la cocina escucho que alguien golpea las manos. Conde va y vuelve
con torta frita. Dice que las recibe todos los días antes de las 18. “Yo
colaboro con esta gente, a mí me gusta colaborar. Después viene otro y le
compro por lo menos dos. Y en La
Carpa le compro al que hace pan casero, porque mi sistema es
colaborar. No quiero decir que soy bueno, yo soy común como todos. Con mis
errores”, me dice.
En un recipiente de metal pone agua y yerba. Como me adelantó, la idea es
tomar cocido con leche y torta frita. Le digo que mejor tomo unos mates, pero
él insiste y me dice que a esta hora siempre merienda. No lo contradigo.
Me cuenta que un papel bastó para que su destino diera un vuelco. Recuerda
que el 15 de abril de 1999 estaba de licencia cuando alguien golpeó su puerta.
Era el telegrama de su despido. Secheep, a la que la que le había entregado dieciséis
años de su vida, le informaba que tras realizar un sumario administrativo lo había
encontrado culpable de cometer irregularidades en el sector comercial tornando
“imposible la continuidad del vínculo laboral". Había sido delegado
gremial durante varios años y sabía que esto era una sanción ejemplificadora.
Algo así como colocar su cabeza en una estaca en el hall de entrada de la empresa
para que todos sus compañeros vieran lo que le sucede a quienes alguna vez
intenten decir que no.
***
Había ingresado a Secheep (Servicios Energéticos del Chaco Empresa del
Estado Provincial) por concurso el 28 de abril de 1983. Pasó por casi todas las
áreas: Alumbrado Público, Redes, Secretaría de Gerencia y por último el sector
de Toma Estado donde tenía a su cargo diecinueve personas a quienes controlaba
y organizaba en las tareas de lectura de medidores de luz en el Gran
Resistencia. Posteriormente fue elegido por sus compañeros como delegado
gremial ante Luz y Fuerza.
Todo estaba más o menos encaminado en su vida. Tenía un buen sueldo,
estabilidad laboral y las tardes libres para seguir estudiando, al punto tal
que se recibió de martillero público. Un tiempo después comenzó a escuchar rumores
de que lo iban a despedir por las “sugerencias internas” que la empresa mejore
su servicio y, sobre todo, por las demandas judiciales que había ganado para
que lo recategorizaran.
El rumor se concretó, pero Conde no se quedará quieto. Se inclinará por
dos medidas de fuerza en simultáneo: el inicio de una huelga de hambre y la instalación de una carpa de protesta frente
a la sede de la Gerencia
del Área Metropolitana en Roque Sáenz Peña 170, de Resistencia.
A las seis de la mañana del día siguiente, llegará con la intención de
instalarse en la vereda. Ahí se enteró de que no había sido el único despedido:
Roberto Salas, Raúl Umeres y Saúl Medero, también de Luz y Fuerza, fueron
expulsados como él.
¿Por qué ellos? Conde tiene dos teorías. Una apunta a que la cúpula de
Secheep se quería sacar de encima a algunos empleados “problemáticos”, que
reclamaban mejoras en las condiciones laborales, criticaban el funcionamiento
interno de la empresa o, como Conde, exigían y ganaban juicios donde la empresa
debía abonar un retroactivo por el salario que le correspondía de acuerdo a la
tarea que desarrollaba (le pagaban un sueldo de categoría 8 cuando hacía tareas
de la 11). La otra teoría se basa en que dentro de Secheep había una política
de paulatino vaciamiento, algo así como una privatización encubierta. Ambas
eran muy verosímiles para la época.
Se aprestaba a instalar una carpa tipo iglú en la vereda de la empresa, cuando
a último momento la
Secretaria Seccional del sindicato de Luz y Fuerza, Graciela
Cussigh, logró persuadirlo. Le prometió que se encargaría de que todos
volvieran a sus respectivos puestos de trabajo advirtiéndole que la instalación
de una precaria morada de protesta en la vía pública, en este momento, sería un
elemento inoportuno en las negociaciones con el difícil Directorio de la
empresa. Conde apretó los dientes y accedió. Incluso el sindicato hizo varias
presentaciones al Directorio repudiando lo sucedido y respaldando a los
trabajadores.
Al ver lo que sucedía con quienes tenían fueros gremiales, la mayoría de
los empleados de Secheep resolvieron respaldar a sus compañeros y decretaron un
paro de actividades. Sin embargo, la Dirección Provincial
de Trabajo frenó la medida de fuerza convocando a una conciliación obligatoria.
El conflicto se dilataba.
En el medio, el por ese entonces subsecretario de Trabajo provincial,
Eduardo Luque dictó la resolución Nº 261/99 ordenando la reincorporación de
Conde y de los demás cesanteados. El pedido no le movió un pelo al Directorio,
que estaba conformado por el presidente, Benicio Szymula y los vocales, Raúl
Padilla y Carlos Camargo.
Otra asamblea fue convocada por el gremio. Nuevamente le pidieron que no
instale la carpa, que todo se soluciona con diálogo, que sí o sí volvían todos,
que espere. El pedido se lo hicieron esta vez Medero y Salas, despedidos junto
a él. Aceptó pero empezó a sentir cómo el sindicato dilataba y diluía la lucha
que lo llevaría de regreso a la empresa. (Tiempo después, me contará Conde, de
los cuatro despedidos el único que logró volver fue Medero, dirigente de Luz y
Fuerza, hoy concejal de Resistencia por el justicialismo).
El diputado nacional del PJ, Juan Carlos Ayala se interesó por el
conflicto y logró que el Congreso aprobara una declaración en donde instaba al
Ministerio de Trabajo de la
Nación a ser de mediador entre las partes. Conde participó de
esa reunión, donde estuvieron representantes de Luz y Fuerza y de Secheep. “Lo
que aducía la empresa es que no podían tener un personal reclamante y que para
ellos era un tema terminado”, cuenta ahora.
Ese fue el primer momento en que se sintió solo. Sentía que el sindicato
dilataba el conflicto, los organismos laborales parecían cartón pintado y los
directivos de Secheep, dueños absolutos de la empresa. Para sortear esa
soledad, decidió levantar firmas entre sus compañeros en apoyo a un petitorio de
reincorporación de los cesanteados que luego le presentaría a la empresa. Llegó
a juntar 300.
Desde que lo echaron, cada mañana iba al sindicato. Hasta que se chocó
contra una pared. “Uno que trabajaba de la estructura me dice: Conde, vos ya no
sos empleado de Secheep, ya no pertenecés a Luz y Fuerza. No vengas más”. Su
gremio le daba la espalda. Para completar su indignación, este mismo sujeto se
excusó diciendo que en su momento no fueron al paro en solidaridad de los
compañeros despedidos porque podían “perder la personería gremial”.
Un año después, agotado de tanto caminar, recorrer pasillos, hacer
presentaciones a la Cámara
de Diputados provincial, ir a los diarios y hablar con cuanta persona quisiera
escucharlo, algo lo empujó a instalar, finalmente, su carpa de protesta,
aquella que el sindicato y sus propios compañeros despedidos aconsejaba no
levantar para negociar sin escollos.
Fue en el medio de un intento de paro convocado por Luz y Fuerza cuando
los trabajadores se negaron a adherir a esa medida de fuerza ante la falta de
confianza que le generaba el sindicato. El recuerdo de lo que le sucedió a
Conde estaba aún muy fresco. Si le soltó la mano a uno, ¿por qué no se la
soltaría a todos?
Para envalentonar a los trabajadores y que se animaran a parar, el
sindicato habría recurrido a una mentira: dijeron que Conde no quiso que lo
defendieran. Esa falacia lo indignó a tal punto que volvió a su casa decidido a
armar su búnker de protesta.
El primer habitáculo que construyó tenía dos metros de largo, por uno de
alto y uno de ancho. “Y me costó… no te imaginás. No tenía plata para hacerla y
no iba a molestar a la gente para eso”.
Ayudado con un carro de mudanzas, llegó a la vereda de Secheep. Eran las
siete de la mañana del 12 de julio de 2000. Con ayuda del que manejaba el
flete, bajó el búnker y lo colocó justo en frente del sector comercial, sobre
la vereda.
A partir de ese momento, todos los que entraban y salían de la empresa lo
veían. Trabajadores, usuarios, proveedores y transeúntes. Era el espejo deforme
en el que nadie quería mirarse. El ejemplo vivo de lo que representaban los
fríos números de desocupación del ocaso menemista. “La idea era quedarme
permanentemente. Estar un día, cien, mil, pero estar”.
***
- ¿Se equivocó al despedir a Conde
Olgado?
En 1999, Benicio Szymula era subsecretario de Obras Públicas y presidente
de Secheep. Hoy, trece años después, está alejado de la administración pública.
Sigue militando en el radicalismo chaqueño, pero con un perfil mucho más bajo
del que tenía por ese entonces. Del otro lado del teléfono, me da su versión de
lo que sucedió.
–El sumario aconsejaba que se tomen medidas de esta naturaleza y así
procedió el Directorio. Además lo que hay que saber es que Secheep es una
empresa del Estado, por lo tanto actúa igual que una empresa privada. Puede
inclusive sin causa justificada, solamente por falta de confianza, dejar sin
efecto la designación y se paga la indemnización, como cualquier actividad
privada. Y esto fue lo que hizo la empresa Secheep.
– ¿Y cómo se establece la falta de confianza de un empleado? Es un
término bastante difuso.
–Y por ejemplo, yo soy dueño de una empresa, o de un negocio, no tengo
confianza en un empleado y lo dejo afuera. Lo puedo despedir sin causa, porque
las circunstancias así lo merecen. Sería bueno que usted mire el expediente
porque por esa razón ni este gobierno, que es de signo político diferente, lo
incorporó de vuelta a la empresa.
–En ese momento, ¿cómo funcionaba la empresa Secheep? ¿Había problemas
administrativos o en las facturaciones?
–Había cuestiones pero no las voy a decir públicamente a esta altura.
Hace doce años dejé la empresa y volver a remover esta cuestión a mí no me
interesa. Lea el expediente completo, no los fallos de la justicia solamente.
– ¿Lo conocía a Conde Olgado antes de su despido?
–Es imposible conocer a los casi mil empleados.
–Él plantea que el principal impulsor de su despido fue Carlos Camargo.
¿Esto es así?
–Camargo era el gerente de la empresa, y era obviamente quien más se
abocaba a la cuestión administrativa y el que más tiempo tenía. Yo si quiere le
comento qué ha pasado, pero fuera de micrófono. Seguro que me va a dar la
razón. Hay cuestiones que inclusive no se pueden probar, que son difíciles de
probar.
–En la época en que usted era presidente de la empresa, ¿se estaba
iniciando un proceso de tercerización?
–No sé a qué llaman un proceso de tercerización. Nosotros contratamos a
una firma para mantener el sistema. Esto no creo que sea una tercerización.
–Además de Conde Olgado se despidió a otros empleados de Secheep en esa
época. ¿Por qué?
–Había cuestiones administrativas que no nos cerraban. A lo sumo, nos
podemos haber equivocado. Pero si me equivoqué hubo un expediente que así lo
determinaba.
–Usted sabe que no se puede echar a una persona que tiene fueros
gremiales, como era el caso de Conde Olgado.
–Creo que usted no tiene conocimiento de cómo son estas cosas. En el
municipio (de Resistencia, del cual fue
intendente entre 1999 y 2003) por ejemplo había dos mil ochocientos
empleados. Si en algún área se empezaba un sumario y a mí me llegaba el
expediente terminado, y si el área legal aconseja que el empleado debe ser
sancionado o echado yo no puedo cajonear eso. No es que yo me dedique a armar
sumarios.
–Ni bien lo echaron, el ex subsecretario, Eduardo Luque pidió que se lo
reincorpore y se lo desoyó. ¿Por qué?
–Puede pedir, obvio, pero eso no significa que corresponda o que el
Directorio entienda que eso deba ser así. Sino estamos sonados, sino después no
nos quejemos cuando escuchamos las cosas que suceden en cada área. Dejemos
entonces que cada uno haga lo que quiera, no hagamos más sumarios, total para
qué vamos a estar perdiendo tiempo. Por eso yo le pido que mire todo el
expediente.
–Además del fuero gremial, Conde Olgado tenía estabilidad absoluta por
ser empleado público. ¿Sabía eso?
–Estás equivocado, y vamos a cortar acá porque creo que estamos discutiendo
en el aire. Ningún empleado tiene estabilidad porque si el tipo es un chorro,
por ejemplo, la estabilidad se le termina, y si es un delincuente, la
estabilidad se le termina. Hay cosas que no se pueden probar directamente. Yo
puedo echar a una empleada porque me desaparecen cosas y tengo la presunción de
que ella se las lleva.
–Pero no tiene pruebas para echarla.
–No tengo pruebas, pero no voy a dejar se siga llevando cosas de mi casa.
¿Me entendés o no? Ese es un ejemplo de cómo se toma una decisión.
–Pero la estabilidad absoluta apunta a que a un empleado del Estado no se
lo puede despedir sin causa.
–Perfecto. Secheep es Servicios Energéticos Empresa ¡EM-PRE-SA! del
Estado Provincial. Sino cambiémosle el nombre. Fijate vos que en un momento los
aportes iban a una Afjp, inclusive. Y en una empresa al igual que en un negocio
o en una industria, lo que sea, el que ejerce la función, en este caso el
Directorio, puede despedir a las personas pagando la indemnización que corra
por ley. Sino estamos en el horno. Después no pidan eficiencia a los organismos
del Estado. Ustedes como ciudadanos por un lado piden y por otro se quiere
proteger a alguien que, bueno… Vuelvo a insistir, y acá terminamos la
entrevista, lea el expediente y después hablamos.
–En resumen, y como ex presidente de Secheep, ¿cree que se equivocó al
despedir a Conde Olgado?
–No, en función del expediente.
–Y más allá del expediente, usted ¿qué piensa?
–No, yo creo que no. Si es cierto lo que está en el expediente, no.
***
Miércoles.
Cae la noche tibia y Conde no está en La Carpa. Hay una mesa de
madera larga plegable. Un poco más atrás, un pequeño cúmulo de brasas ardiendo
y algunas tiras de costilla en una fuente. Se viene un asado. Más allá, donde
usualmente pernoctan los visitantes, hay tres hombres sentados. En la punta
está Julio César Cristóbal, de setenta y largos. Bastón, anteojos profundos, la
espalda cansada. Es un ex empleado judicial y ex director del periódico La Hoja , que sacó treinta
ediciones durante la década del 90 denunciando diversos actos de corrupción
sucedidos en la provincia. Junto a él está Horacio, de poco más de treinta,
mandíbula contundente, remera azul gastada. Frente a él, con la mirada apretada
tras los lentes, está Héctor Moors. Moors trabajó durante mucho tiempo en el
Banco del Chaco, hasta que la firma quebró en los noventa. La banca estatal indemnizó
a algunos trabajadores, Moors entre ellos.
–No está. Fue a verlo a Lanata– me dice el ex bancario.
Al parecer, corrió el rumor de que el periodista Jorge Lanata andaba
husmeado por Resistencia junto a su equipo de producción. La versión decía que
el fundador de Página/12 estaba en el coqueto hotel Amerian. “Estoy yendo”, me
avisa Conde desde su celular.
Cinco minutos más tarde llega con Lito Almirón, un ex dirigente de Luz y
Fuerza, actual integrante de la
CTA disidente. La noche es veraniega. Me dice que al final no
encontró a Lanata, pero que debe andar en otro hotel y que si lo llega a ver le
va a contar varias cosas que pasan en el Chaco, todas negativas, por supuesto.
Nos sentamos frente a frente y aprovecho para charlar con él sobre el origen de
La Carpa. Hablamos
casi media hora, pero me surge una cuestión familiar y tengo que irme. Conde me
invita a comer igual. Otro día será. Ya son alrededor de quince personas las
que se juntaron a picar algo. Conde me dice que los miércoles son tranquilos,
se invita a poca gente porque hay poca comida. No así los viernes donde hay
guiso carrero en abundancia.
***
Si bien da la impresión de que La Carpa es un lugar improvisado, Conde tiene un
cronograma muy estricto de actividades.
–¿A qué hora llegás a La
Carpa ?
–Arranco a las seis y media. De ahí me manejo con el cyber. Saco todo,
voy actualizando algunas cositas, mando comunicados a ustedes los periodistas.
–¿Y después?
– Después vuelvo a La
Carpa , vienen, me llaman, me reclaman.
–¿Volvés a tu casa al mediodía?
–Así es.
–Me contaste que a la tarde se hace una ronda de truco.
–Sí, yo soy el que generó eso. Para descomprimir, más que nada.
–¿Siempre hay gente en La
Carpa ?
–Siempre. Cuando yo no estoy no hay gente. Cuando vuelvo, ahí se llena.
En serio, es la pura verdad. Te decía, soy muy estructurado en todo esto. Pasa
que al principio me quedaba las 24 horas. Vivía con un estrés tan elevado que
me quería agarrar un ACV. No sé si era el exceso de presión. Me temblaba esto,
esto, esto (se toca varias partes de la
cara y los brazos). Después tuve que tomar Alplax.
– ¿Cuando fue eso?
–En 2001. Fue después que me denunciaron por terrorista. Salí sobreseído
y le inicié acciones legales. En los casos de (los ingenieros, Pedro) Kozak y (Mario)
Busemi les inicié juicio porque me venían atacando sistemáticamente. Cuando me
denuncian yo estaba estudiando y ellos adujeron que había armas y explosivos en
La Carpa. Toda
una fantasía. Yo estaba estudiando Ciencias Económicas y la Tecnicatura en Informática
Aplicada. Dejé todo por eso.
–¿Cuánto tiempo estuviste durante las 24 horas?
–Habrán sido cuatro años.
–¿Cómo fueron las primeras noches en La Carpa ?
–En el centro tenés que ir adaptándote. Había una temporada en que me
quedaba hasta la una de la mañana en la esquina, controlando.
–Pero en realidad no descansabas nada.
–No, imposible. Tenés que estar atento por los ruidos.
– Y ahora, ¿ya no te quedás a la noche?
–Ya no.
–¿Eso fue por consejo médico?
–El médico me dijo que eso era muy estresante y desgastante en lo físico.
Esto no es falso (me muestra su pierna
con erupciones por la alergia nerviosa). Esto es real y concreto. Cuando me
denuncian (por supuesto terrorismo) me agarró un estado que parecía que estaba
en una nube.
–¿Tanto te afectó eso?
–Sí, porque me denunciaron por subversivo, por terrorista. Si eso llega a
trascender... También me puse así por el temor, porque te llevan preso y
fuiste. Además no lo tenía a (su actual
abogado, Jorge) Gait conmigo. Incluso tenía dos cámaras que filmaban a La Carpa.
–Cuando vos no estás, ¿queda alguien cuidando tu búnker?
–Las 24 horas hay gente.
– ¿Se queda cualquiera?
–Hay gente que se halla. Las personas rotan.
–Esa noche cuando estaban por comer un asado en La Carpa , me sorprendió que me
hayas dicho que era algo discreto, con poca gente y terminó siendo mucha.
–Vos llegaste antes de que lleguen todos. Los miércoles hay veinte, más o
menos, y los viernes, treinta o cuarenta. Pero no quiero más gente, porque no soporto
no poder atenderlos.
–¿Y la comida? ¿Quién paga?
–Yo no pido nada a nadie, por eso tuve que desprenderme de un montón de
cuestiones. La comida es parte de mi lucha. Corre por mi cuenta, a través de un
familiar que me ayuda, que me subsidia. Pero no puedo decir su nombre porque su
familia no está de acuerdo.
–¿Hasta qué hora te quedás en La
Carpa ?
–En general estoy hasta las diez u once de la noche. Depende de muchos
factores, porque a veces estoy por ahí en alguna reunión o en charlas como en
la biblioteca Rivadavia. Siempre estamos en algo, siempre hay algo. Pasa que no
quiero abandonar mucho porque sino me dicen: “Che, Conde, siempre voy a La Carpa y nunca estás”. La
gente me reclama porque quiere estar conmigo.
–¿Y por qué crees que la gente quiere estar con vos?
–Yo soy una persona que no va a hablar de temas que no tengan nada que
ver. Por ejemplo, cuando me pegan en Secheep en 2001 o 2002, Moors vino a La Carpa y se halló conmigo.
Vino y me dijo: “Conde, a vos te molesta que yo te acompañe”. Él entendía
exactamente lo que me pasó, se sentía identificado. Por eso no le cuesta estar
conmigo. Hay gente, bancarios, que se suicidaron después de que quebró el
Banco. Hay muchos bancarios a los que fui a visitarlos a su casa. Vos no te
imaginás la ayuda mínima de tratar con esa gente. De ir, escucharlos... El
contador Cabral, por ejemplo, es un hombre que pelea por mí. Esta mañana casi
se agarró con uno.
–¿Tu tío estuvo desde el comienzo con vos, no?
–Sí, el hermano de mi papá, Don Conde. Fue mi columna, mi protector. Él
estaba atento, cuidándome siempre, relojeando mientras yo hacía mi actividad de
reclamo. Su naturaleza era protegerme. (El
escritor y cantautor chaqueño) Bosquín Ortega lo describe como un hombre de
ojos azules profundos. Son gente de campo, rudimentaria. Don Conde era
grandote, sus padres eran europeos. Además era peronista fanático. Con el único
que se sintió defraudado fue con Menem.
–¿Faltaste alguna vez a La
Carpa ?
–Nunca, jamás.
–¿Ni enfermo?
–Ni enfermo.
–¿Cómo hacés?
–Voy igual. Gracias a Dios creo que una o dos veces me enfermé. Yo ahora,
mirá, tengo dos camperas puestas, tres pares de medias, dos buzos. Ahí aprendí
a abrigarme porque los primeros días me iba con una remerita.
–Tus zapatos también son muy abrigados.
–Sí. En La Carpa
no te pongas mocasín ni nada de eso porque te vas a congelar. Estos son zapatos
de seguridad. Yo sigo usando ropa de la empresa desde que me despidieron, nunca
la dejé de usar. Siempre me sentí identificado con la empresa.
– ¿Qué le recomendarías a una persona que quiere hacer una protesta como
la tuya?
–Tratar de estar lo más humilde, pero no croto. Tenés que tener una
presencia que no de una actitud de mendicidad. A mí me decían: “Che, dejate
barbudo, rotoso”. No: yo no fui a mendigar. No fui a dar lástima. Hay que estar
lo más normal, como una persona de clase trabajadora y no salirte de ese
encuadre. Siempre afeitado, siempre bien. Eso es parte importante de esto. Y
uso lo verde porque son colores que me gustan y porque soy naturista. Todo
tiene que ver. Por mi alergia, si yo no me abrigara como estoy ahora se me comenzaría
a tapar la nariz. Ahí hace un frío, bajo el árbol, el viento sur. Antes tenía
bracero. Me ofrecieron grupo electrógeno y todo, pero es un compromiso. Una vez
nos robaron todas las mesas y sillas. Tenía todo, hasta luces artificiales y
nos sacaron todo. Entonces dije que no más, vamos a estar con lo que tengamos.
Cuando recién me instalé no tenía nada. Estaba con lo puesto. Pero el hecho de
no tener nada no significa que no esté con prestancia. Después uno se va
acomodando.
–¿Qué se aprende de la calle?
–Yo trato de aplicar el síndrome de Estocolmo, siempre. Hay que agradecer
lo poco que te dan, porque por ahí es mucho realmente y uno no se da cuenta.
Tenés que agradecer que no te agredan, que te saluden. Todos los niveles están
conmigo: el piquetero, el sindicalista, el médico, el empresario. Todos. De ahí
en más, nunca sabré si me acompañarán, pero todos se quedan a hablar conmigo.
–¿Hay alguna forma de estar en La Carpa ? ¿De sentarse, por ejemplo?
–Tenés que estar sentado y siempre en posiciones… –dice, mientras comienza
a sentarse erguido. -Lo máximo que podés hacer es hacer esto– explica y relaja
la postura, sólo un poco.
–¿No podés sentarte así?– le digo y me desparramo en la silla, demasiado
relajado.
– (Con cara y tono de escandalizado)
Noooo. No podés estar así. Nooo. Uyyy, noooo. A la gente tenés que respetarla
porque no interpreta este tipo de lucha totalmente.
–¿Sentís ese prejuicio? ¿De lo que pueden llegar a pensar de vos? ¿De lo
que hacés?
–Yo observo todo. Pero como ya me crié de determinada manera, me cuido de
la posición en que tengo que estar sentado, los comentarios que se hacen… Hay
que tener mucho cuidado. Siempre les digo (en
referencia a los visitantes de La
Carpa ) que a las mujeres no hay que decirles nada. A
todos nos gustan las mujeres pero…
–O sea que si pasa una mujer no se le puede decir nada.
–(Otra vez el mismo tono) Nooooo.
–¿Y si alguien lo hace?
–Le digo que se vaya a la esquina y levante todas las minas que quiera
pero que no lo haga en ahí. A mí me gusta mirar a las mujeres, encima en el
Chaco tenemos las mujeres más bellas del mundo. Ves chicas hermosas, uno las
mira pero me contengo de decirle “qué hermosa chica”.
–¿Alguna vez echaste a alguien de La Carpa ?
–No, nunca. Traté de controlar, hablándole.
–¿En qué circunstancias?
–Especialmente cuando por ahí quieren decir algunas cosas. Yo siempre les
digo que acá hay diversos colores políticos, pero hay que tratar de no ponerse
a discutir que uno es azul y el otro es rojo. Hay que buscar la calma.
– ¿Descomprimir?
–Claro. Por eso yo implemento el truco. El truco es la mejor herramienta.
Hay gente que se enoja y dice: “Che, nosotros venimos a hablar acá y juegan al
truco”. Sé que vienen a hablar, pero también sé que se llega a veces a niveles
de discusión muy fuertes. Lo trato de manejar, pero por ahí no puedo.
***
Elio Montivero es un ex gendarme que fue cesanteado de manera injusta
hace doce años. Mientras sigue con su juicio laboral, se gana la vida vendiendo
panchos en la plaza central de Resistencia. Cuando Conde se instaló en la
vereda de Secheep, inmediatamente se sintió identificado y hasta entabló una
relación de amistad con él. Allí, surgió la idea de crear una asociación civil.
La intención era tener una herramienta legal con la cual hacer reclamos
colectivos y enviar cartas de lectores a los diarios sin el temor de sufrir
represalias que pudieran terminar en demandas judiciales que complicarían la
economía de cada uno de ellos.
Así nació la
Asociación Civil en Defensa del Derecho de la Ciudadanía (ACDDC), cuya
presidencia la detenta hoy Héctor Moors. Fue una de las principales
organizaciones que estuvo en las marchas por una “Justicia Independiente” que derivaron
en un foro que nucleó a una gran cantidad de organizaciones sociales, políticas
y movimientos piqueteros que pedían principalmente la remoción de tres jueces
del Superior Tribunal de Justicia (Ramón Ávalos, Ricardo Franco y Rolando
Toledo), elegidos a dedo por los gobiernos radicales de Ángel Rozas primero, y
Roy Nikisch después. Ya en la gestión de Capitanich, también participó de
varias marchas en contra del desalojo de un grupo de familias que residían en
el Lote 16, jurisdicción de General Vedia, quienes finalmente fueron expulsadas
por Gendarmería Nacional debido a que había una órden judicial para despejar la
zona y así concretar el tramo final del Electroducto NEA – NOA. Además evitaron varios desalojos de personas
carenciadas, denunciaron maniobras irregulares en Secheep, fueron fuertes
impulsores de la creación de la
Defensoría del Pueblo de la provincia y siempre comunican a
los periodistas locales, vía mensaje de texto o mail, denuncias de todo tipo.
–¿Qué reclamos te llegan?
–De todo. Gente que es mal atendida en algún negocio, desalojos, lo que
sea. Nosotros vamos y la acompañamos a hacer la denuncia.
–¿Qué resultados tienen en general?
–Gracias a Dios, casi todas salieron positivos.
Sólo en una ocasión la
ACDDC tuvo un serio derrape. Fue en agosto de 2010 cuando la Justicia Federal
desestimó una denuncia penal que presentó esta asociación civil contra nada más
y nada menos que la presidenta de la
Nación , Cristina Fernández de Kirchner; el jefe de Gabinete,
Aníbal Fernández; el ministro de Justicia, Julio Alak, y varios diputados y
senadores nacionales. ¿El motivo? Haber impulsado y sancionado la Ley de Matrimonio Igualitario.
La curiosa presentación que llegó a los tribunales de Comodoro Py se
fundaba en que “el pueblo argentino es esencialmente católico, y en la norma
fundacional se expresa claramente este aspecto”. “En el Preámbulo (de la Constitución ) invocamos
a Dios fuente de toda razón y justicia, y en la ley de matrimonio homosexual
insultaron la ley de Dios, y tenemos por nada sus preceptos”, añadía la demanda.
De acuerdo con la ACDDC ,
las normas constitucionales “protegen el modelo de familia biológica-natural,
la familia heterosexual” y el reconocimiento a otros modelos de familia sólo
significa que “la Nación
se enfrenta a un plan sistemático de terrorismo de Estado en lo cultural,
constitucional, institucional, social y familiar”. El diario Página/12, que dio
a conocer esta noticia, tildó al grupo de denunciantes chaqueños de “bizarros”.
Le pregunto a Conde si siente que fue un error haber impulsado semejante
denuncia. Su respuesta me da una idea del sistema de lealtades que se maneja en
La Carpa.
–No sé si fue un error, porque hay gente que piensa así. Y eso es un poco
el componente de La Carpa. Pero
también nosotros salimos en apoyo de “ellos” (en referencia a la comunidad homosexual) en algún momento. Por eso
se pone un poco contradictorio el tema.
–Bastante, diría yo.
–Por eso mandé ese tema al silencio. Hubo un componente de personas que
participaron de eso y como Gait escuchó que hubo un semiacuerdo, lo impulsó.
–¿Y vos estuviste de acuerdo también?
–Yo no es que estoy de acuerdo. Si vos estas en mi grupo, yo te voy a
acompañar, siempre y cuando no haya que matar a alguien, ahí cambia la cosa.
Igual no tiene modificación esta situación.
–¿Y se puede vivir con esa contradicción?
–Lo que pasa es que La
Carpa te lleva a niveles… Vos ni te imaginás a los niveles
que te lleva. Te lleva a niveles en que tenés que moverte muy lentamente (mueve las manos como si caminara con pies de
plomo). Yo soy solo, siempre lo digo, pero ese grupo y componente es lo que
me sostiene también. Entonces vos tenés que acompañar a la gente en lo que se
pueda.
***
Se repite. Cada vez que menciono el tema, la mirada se le pone nerviosa,
pega una pitada a su cigarrillo y me elude con un amable: “Después te cuento”.
Conde estuvo casado casi veinte años con la docente Lucía Codutti, con
quien tuvo dos hijos: Ayelén, de diecinueve, y Arel, de nueve. Si bien en un
primer momento apoyaron la protesta, el desgaste familiar pudo más. Los días y
noches en La Carpa ,
el llegar agotado, el nerviosismo, las ausencias y el estrés acumulado hicieron
que paulatinamente se creara un abismo. Hoy, hace cinco años está divorciado de
Lucía y hace cuatro que no ve a sus hijos.
Ahora, del otro lado de Facebook está su hija, Ayelén.
Estudia Diseño de Indumentaria y Textiles en la Universidad Popular
y dice que ahora le va “bastante bien”. Cuando le pregunto por su papá,
reconoce que los recuerdos que tiene no son los mejores. “Tenia 6 años cuando
me recibió en casa con la noticia triste de que lo habían despedido. Yo llegaba
del colegio y me recibió con un abrazo y la noticia... No entendía nada, hasta
que después vi una movilización en casa y se hablaba de ‘La Carpa , La Carpa ’ y no sabia bien a que
se referían con eso”, cuenta.
Pasaron días, meses, años, y su
papá seguía en la calle reclamando por su trabajo. Cada vez con más personas
que se acercaban para apoyar su causa, que veían en él a un símbolo de la
resistencia. Pero también, cada vez más lejos de su familia. “Ahí comprendí que algo estaba mal. Papá no
volvía a casa, ya no estaba casi nunca y lo único que sabía era que la lucha
seguía, que no lo habían reincorporado. Él venía a veces únicamente a bañarse y
descansar unas horas. O sea, a partir de los seis años yo ya no tuve más papá y
me sentía por un lado triste y por otro orgullosa porque él estaba luchando por
algo que le correspondía”.
“Mi mamá se la bancó mejor que todos, pienso yo. Sacó adelante la
familia, hoy en día paga mis estudios y a mi viejo le dio su aguante
incondicional”, valora. Le comento que su papá no suele hablar de ellos. “No te
va a hablar de nosotros porque, ya te digo, no tenemos una buena relación
ahora. Yo se que en el fondo le duele pero la verdad que no hizo las cosas
bien, no nos demostró que le importábamos, lo digo por mi y por mi hermano.
Tampoco intentó llamarnos, ni arreglar horarios para vernos. Igual ahora lo veo
y te digo la verdad entro en pánico. Es una mezcla de sentimientos, pero no
estoy enojada con él”.
- Si él quisiera encontrarse con vos, ¿aceptarías verlo?
- No sé, porque no sé cómo reaccionar. No sé como reaccionaría él. Las últimas
veces que me crucé con él no fueron momentos muy lindos... la pasé mal.
- ¿Se habla de él en tu casa?
- No se suele hablar mucho. Es muy raro porque de todas las cosas que
hace mi papá me las entero por otros.
Dos días después
de esta charla, Conde me llama por teléfono. No sé cómo, pero sabe que hablé
con su hija (“sé que hablaste con la Ayelen ”) y que no le
cae muy en gracia que hable con ella. Me pedirá que no indague más, que es algo
muy doloroso y que lo obligará a revolver cosas de su pasado que hoy no quiere.
Esta negación del
tema familiar lo llevó incluso a borrar de su memoria algunas cosas de su pasado.
Cuando le pregunté sobre su infancia, muchas veces repitió que no se acordaba o
que no estaba seguro. Olvidar, para Conde, es otra forma de sobrevivir.
***
No le gusta hablar de plata. Cree que tocar el tema genera resquemores y
acrecienta los prejuicios de la gente en general. Estamos sentados cerca de La Carpa , alrededor de una mesa
plástica redonda. Es una noche de agosto que parece de noviembre. Insisto en
tratar la cuestión monetaria. ¿Cuánto dinero le tendrían que pagar si ganara la
demanda contra el Estado? Conde da vueltas. Pero el contador Cabral, que está
con nosotros en ese momento, no tiene problemas en contestar. Dice que según sus
cálculos ese monto sería millonario.
Para él, son 10 millones de pesos. Para Conde es una exageración. Para mí
también. Saco la cuenta en voz alta, calculadora del celular mediante. De
acuerdo a los datos que me pasan ambos son trece años, lo que serían 156 meses
de sueldo, de un salario promedio de 10 mil pesos. La cuenta me da 1.560.000
pesos, sin intereses, honorarios ni costas. Lo comento. Ninguno me responde.
***
–¿Cómo hiciste todo este tiempo para vivir?- le pregunto a Conde.
–Cuando me instalé en La
Carpa y vi que no podía aguantarme económicamente y le dije a
un familiar que me ayude. Dame un subsidio no reintegrable, le pedí, porque si
pierdo esta pelea no te voy a poder devolver, pero si gano te devuelvo. Y
cuando pasó un tiempo le entregué un terreno, que es lo que corresponde, es lo
justo. Lo económico para mí es importante pero no es lo trascendente.
–Si ganás el juicio, ¿qué vas a hacer con esa plata?.
–Quiero tener una casa pequeña con un buen terreno que tenga muchos árboles.
Me gusta la parrilla, el disco de arado para hacer paella. Me gusta invitar a
la gente y yo atenderla. Creo que no voy a cambiar eso porque ya lo hice antes
y hoy lo hago acá.
–Y si sale esa sentencia, ¿levantás La Carpa ?
–Es lógico que si la utilicé como una herramienta después la tengo que
retirar. El problema es la simbología, es la cuestión que hoy me plantean
todos. Eso es muy fuerte. Creo que ya escapa a mí esa decisión. Es más, los
mismos gobernantes del momento tendrían que apoyar para hacer una oficina
laboral acá. Siempre que hago algo quiero que quede para los demás. Hasta ahora
estoy preocupado después de doce años que la gente entienda que esto no es una
cuestión ni económica ni personal. Porque si vos analizás lo personal queda
como que todo lo que hago es por mí. Si fuera por mí ni me hubiera metido en
nada.
– ¿Soñaste cómo sería el día en que volvés a Secheep?
–No. Yo soy práctico en ese sentido.
– ¿Por qué crees que estás acá? ¿Por qué hiciste una lucha como esta,
durante tantos años?
Conde piensa unos segundos. El viento ilumina su cigarrillo. Alrededor
nuestro algunos amigos de La
Carpa lo escuchan atentamente.
– Cuando me instalé en La
Carpa fue un proceso mental que capaz no pueda explicarlo
estrictamente. Algunos creerán que yo estoy peleando por la plata. Si yo quería
la plata, hacía el juicio y me iba a trabajar de docente, de martillero. Mirá,
justo hoy estábamos hablando con mi hermano Horacio y yo me preguntaba: ¿Por
qué hice una lucha como esta? ¿Por qué me planté y me mantuve firme? La verdad
que no sé. Debe ser por lo que soy, por cómo soy.
***
No creo que vuelva.
A sus 54 años, pienso que él tampoco lo cree.
La resistencia de los funcionarios de Secheep, el silencio actual de Luz y Fuerza y el
pedido claro de Capitanich para que frene su millonaria causa judicial contra
el Estado –la que él mantiene como su fuerza vital- hacen de su regreso casi
una utopía. Por eso, una tarde de septiembre de 2012, me confesó que hace un
tiempo está analizando la posibilidad de negociar un retiro.
Tampoco dirá en voz alta que su primer abogado erró, y feo, al impulsar
una demanda pidiendo la indemnización en lugar de solicitar su urgente
reincorporación a la empresa. Y que hoy, a más de una década de vivir en torno
a una carpa, sigue sin saber cuál es exactamente el motor que lo empujó y lo
mantiene en esta protesta extrema.
En un futuro, pienso que Conde será reconocido como uno de los grandes personajes
de la ciudad de Resistencia. Estoy seguro de que cuando muera, La Carpa de Secheep, ese
reducto de tablones, bolsas de consorcio y carpetas rellenas de documentos, lo
sobrevivirá y se convertirá en un lugar sagrado, una suerte de meca para
quienes alguna vez, en cualquier lugar del Chaco, se sientan excluidos,
explotados o avasallados por cualquier poder.
En un texto especialmente dedicado, el cantautor, Bosquín Ortega bautizó
su lucha como una “épica de la paciencia”. “El cuerpo de Miguel Benito Conde
Olgado es el mapa vivo de su credo”, escribió Bosquín. “Triunfó sobre la
calumnia y la diatriba, la persecución de los patrones y la indiferencia de sus
compañeros, la desconfianza y el prejuicio de muchos ciudadanos, distantes de
la constancia de su lucha. Un obrero que asumió el mandato de unir su causa
personal a las demandas de otros pares, ofendidos en su dignidad laboral. Sin
quiebre o renuncia, bajo amenaza física y promesas incumplidas por todos los
gobiernos. Su deterioro físico, su docencia cívica y su decencia ética, son las
condecoraciones que luce con el primer sol de cada día”.
*Crónica realizada entre los meses de agosto y octubre de 2012