miércoles, 5 de noviembre de 2014

A través de la radiofrecuencia policial, incitan a nueva sublevación similar a la de diciembre de 2013



La Policía del Chaco inició una investigación para determinar los autores y el grado de verosimilitud que tuvieron una serie de mensajes anónimos emitidos por la radiofrecuencia policial los cuales incitaban a una sublevación de la fuerza similar a la ocurrida en diciembre del año pasado. 

Según pudo saber CHACO DIA POR DIA, la investigación sumaria se abrió respondiendo a una comunicación realizada el 26 de septiembre pasado por un cabo de apellido Azcona. El mismo informó que mientras realizaba sus tareas en la línea de emergencia 911 escuchó una serie de mensajes anónimos por la radio policial (utilizada por los uniformados para las comunicaciones habituales) en donde se incitaba a un nuevo acuartelamiento. ¿El motivo? El mismo que el de 2013: solicitar un incremento salarial.

Por esta cuestión, desde este martes, la Dirección General de Seguridad Metropolitana comenzó a tomarle declaración a los uniformados que tuvieron a su cargo las radios policiales durante esa jornada para que den detalles de todo lo que hicieron y escucharon ese día de septiembre.

Si bien el sumario se abrió por lo sucedido sólo ese día, este portal pudo saber que las arengas para un nuevo acuartelamiento volvieron con mucha fuerza desde la semana pasada. Incluso hasta este lunes se escucharon por la radio policial frases como “vamos a acuartelarnos”, “vamos a hacer un motín” y “vamos a pedir por lo nuestro, por nuestro sueldo”, entre otras.

Los mensajes son cada vez más recurrentes en las guardias nocturnas, con lapsos que llegan a intervalos de sólo media hora entre uno y otro. Fuentes a las que tuvo acceso este medio señalaron además que las voces que se escuchan siempre son adulteradas y provienen de distintas personas con la clara intención de no ser identificadas.

Con respecto a la fecha de la supuesta sublevación, hasta el domingo los mensajes convocaban a los uniformados del Área Metropolitana a realizar la protesta este jueves en la Comisaría Segunda. Sin embargo, en los últimos días la fecha se dejó de lado y sólo se reitera la agitación a una nueva rebelión.

Uno de los policías que tácitamente pidió no adherirse a esta convocatoria es el polémico Gustavo Olivello, jefe del Comando Motorizado y conocido por sus encontronazos con periodistas y fotógrafos. A través de su cuenta de Facebook, Olivello escribió el 2 de noviembre: “A todos mis camaradas les digo: No nos olvidemos quiénes y qué somos. Elegimos esta profesión para prevenir y hacer cesar el delito. No lo cometamos. No nos dejemos influenciar por aquellos quienes en el fondo tiene intenciones oscuras y muy personales y solo quieren utilizarnos”, advirtió. Cabe recordar que Olivello fue uno de los que no se sumó al acuartelamiento policial de diciembre del año pasado.

Para el Gobierno, no pasa nada

A pesar de que la investigación sumaria está en marcha, el ministro de Gobierno, Javier Oteo, negó la existencia de planteos de las fuerzas policiales con respecto al tema salarial y además aseguró que “reina un clima de tranquilidad” por lo que descartó que “se repitan los episodios” que se vivieron en diciembre. “Está todo tranquilo y no hay reclamos salariales”, dijo al ser consultado durante una breve entrevista con Norte.

Los hechos de diciembre

Cabe recordar que a comienzos de diciembre del año pasado se inició en Córdoba una sublevación policial exigiendo mejoras salariales. Sin policías en las calles, la medida convirtió a la capital cordobesa en una zona liberada para el delito, dando pie a lo que finalmente ocurrió: saqueos a comercios y viviendas, robo en banda, desmanes y hasta personas muertas.

La protesta policial se diseminó por todo el país y el Chaco no fue la excepción. En la provincia, comenzó en el Complejo Penitenciario II de Sáenz Peña cuando en la mañana del 8 de diciembre un grupo aproximado de 26 agentes y suboficiales hicieron abandono de su trabajo y se dirigieron hacia el frente del penal en señal de protesta por pedido de aumento salarial.

Se extendió por toda la provincia y sobre todo en el Gran Resistencia, donde se produjeron los mayores episodios de saqueos, tiroteos y violencia, en un marco de anarquía total donde incluso los propios comerciantes decidieron custodiar armados sus negocios.

Estos hechos, que concluyeron el 10 de diciembre tras la firma de un acuerdo entre el Gobierno provincial y los cabecillas de la sublevación, dejó como saldo decenas de comercios saqueados, casi un centenar de detenidos y dos personas muertas: el subcomisario, Cristina Vera y un joven de 23 años, de nombre Ricardo Romero.

Publicado el 5 de noviembre en Chacodiapordia.com

martes, 15 de julio de 2014

El hombre de la carpa




No hay sonrisas, globos, ni clima de fiesta.
En esta fotografía hay cuatro personas con gesto adusto. Desde el fondo, el piquetero Tito López, con la camisa arremangada, abre la boca como si cantara algo. A su derecha una mujer de cuarenta y largos, rotunda, lo acompaña. Más allá un joven mira lejos. La torta con dulce de leche está en el centro de la mesa. Sobre ella, un par de velitas encendidas. Atrás, se lee una pancarta con el nombre del cuarto integrante de la escena que ahora está en el centro de la imagen, vestido con la ropa de trabajo color camel de Secheep, la empresa de energía eléctrica estatal del Chaco. Mira fijo a la cámara, con una ligera sonrisa, casi imperceptible. La piel curtida de intemperie, la nariz filosa, la gorra marrón. Es el 12 de julio de 2012 y Miguel Benito Conde Olgado, el homenajeado, conmemora los 12 años de la instalación de su búnker de protesta, La Carpa de Secheep, desde la cual reclama la devolución de su puesto trabajo, arrebatado en un trámite muy irregular.
La convocatoria fue escasa en comparación a años anteriores, me dirá después. Según él, ese día el gobierno organizó una fuerte agenda de inauguraciones de viviendas sociales, reuniones con sindicatos y movimientos sociales, con el único motivo de desinflarle el acto. “El año pasado llené la cuadra completa y también adentro de Secheep. Estaba lleno de gente. Te voy a mostrar las fotos. La Voz del Chaco tituló ‘Acto multitudinario del aniversario de Conde Olgado’. ¡Titulazo en la contratapa! Fenomenal”, recuerda.
Veinticuatro horas después de esa foto, el propio gobernador Jorge Capitanich hizo pública la propuesta que le había hecho en privado. Molesto por lo que consideró una serie de agravios por parte de Conde hacia su persona (no especificó cuáles) dijo que el gobierno ofreció devolverle su empleo a cambio de que desista de continuar con la demanda judicial millonaria que hasta ahora impulsa contra el Estado, donde reclama que se le abonen los 156 meses de salarios caídos, propuesta que el exoperario no aceptó.
“Me parece que es momento de aclarar una cuestión”, dice ahora el gobernador en conferencia de prensa, con el rictus tenso. “He puesto un equipo de abogados y expertos de nuestro gobierno precisamente para resolver el problema, pero él mantiene una posición de carácter irreductible. Una negociación entre partes implica también que cada una debe ceder y ajustarse a derecho”, enfatiza.
Asegura que todos los organismos consultados plantearon lo mismo: que la devolución de su puesto de trabajo debería ordenarse garantizando al Estado provincial la solución “integral y finiquito” de todas las cuestiones judiciales pendientes, “entre las que deberían desistirse, “en especial la Acción Autónoma de Nulidad – expediente 1170/08 en el Juzgado de Trabajo 1”, señala. “Los dictámenes de la Fiscalía de Estado y el Tribunal de Cuentas”, destaca Capitanich, “impiden al Poder Ejecutivo y a Secheep mantener cualquier tipo de negociación sin que el señor Conde Olgado desista de proseguir con las acciones judiciales contra el Estado provincial que derivarían en pérdidas millonarias”.
Antes de ser gobernador, en la campaña electoral de 2007, había prometido reincorporarlo. Esto, hasta hoy, no ocurrió. 
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El celular se ilumina en el bolsillo izquierdo de su camisa.
Está parado justo al lado de La Carpa. El cigarrillo con boquilla de plástico en sus labios le da cierto aire distinguido. Tiene la vestimenta oficial de Secheep: un camperón verde oliva, pantalón de grafa y zapatos de seguridad. Un Quijote post revolución industrial.
A Conde le llegó un mensaje de texto. Lo invitan a participar de una marcha en reclamo de justicia convocada tras la muerte de la maestra jardinera Silvia Fernández, quien falleció el 15 de agosto de 2012 luego de caer de su moto en un intento de asalto. Como siempre, como en todas las movilizaciones en las que le piden que esté, él estará.
En estos doce años desde que instaló su trinchera y trece desde que lo echaron, hizo una innumerable cantidad de presentaciones, protestas, marchas y reclamos. La mayoría, para otros. En una lo detuvieron por varias horas, sin motivo aparente. Las movidas vinculadas con su reclamo personal, con su reincorporación, fueron las menos. Entre ellas, hizo varias “mateadas de protesta” frente a la casa del exgobernador Ángel Rozas, realizó presentaciones ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ante el Instituto contra la Discriminación, el Racismo y la Xenofobia (Inadi) y hasta se inscribió para el Récord Guiness, para ser oficialmente considerado como la persona que más años lleva instalado en la calle reclamando la devolución de su puesto de trabajo.
Ahora vamos hacia la manifestación frente a Casa de Gobierno. Por la marcha, el tránsito es un caos. En el camino, Conde aprovecha para llamar a un contacto en Secheep. Sucede que hace tiempo se le complica pagar la luz, y cada tanto amenazan con cortársela y hasta sacarle el medidor. La empresa que lo echó ahora lo deja a oscuras. Habla con un operario, le pide que lo aguanten hasta el lunes. Dos cuadras después parece que llegó a un acuerdo.
Desde Güemes e Yrigoyen, frente al Nuevo Banco del Chaco, se ven algunas luces en el centro de la calle, como luciérnagas. Cerca de Casa de Gobierno, a una cuadra de donde estamos, marcha un grupo de unas doscientas personas. Varias llevan velas, algunas sostienen carteles, otras tienen remeras con rostros de familiares fallecidos en episodios de inseguridad. La palabra “Justicia” se repite en los cánticos. Gran parte de los que integran las columnas son maestra jardineras, con sus uniformes azules. Con los ojos llorosos pero entero, encabeza el grupo el marido de la víctima, Ricardo Fernández.
La cobertura que hace la prensa local es exigua. Justo cuando se enciende el reflector de una cámara de la televisión local, Conde aprovecha para sacar su pequeña camarita. Mientras filma, habla con los familiares de la mujer asesinada, con sus compañeras de trabajo, con maestras que vinieron a apoyar y con otras personas que fueron víctimas de la inseguridad.
 “Quiero agradecer a todos los que están acá”, dice ahora el viudo de la docente. Es retacón, muy gringo.  “A Silvia la acompañó buena gente y es la que estoy viendo en este momento que es tan duro para nosotros. Simplemente decirle gracias. Silvia desde el cielo estará viendo a toda la buena gente que estuvo a su lado. Gracias”, dice, mientras lo aplauden y abrazan.
En un momento dado aparece el contador José Luis Cabral, asiduo asistente a La Carpa de Secheep y uno de los más fervientes defensores de Conde y su lucha. Está vestido totalmente de negro. Es menudo y sus pobladas cejas negras contrastan con sus escasos cabellos blancos. Al igual que Conde, fue despojado injustamente de su trabajo como docente durante la última dictadura en el Chaco. Ahora es presidente del MOCOUT (Movimiento Cooperativo Unido por Trabajo) que dice nuclear a los carreros de Resistencia. Le pregunto si ahora trabajad de carrero. Me cuenta que no. Le pregunto si alguna vez se subió a un carro. Me reconoce que tampoco. Nada me queda muy en claro.
En este instante, Cabral se convierte en el productor de exteriores a Conde. El contador le indica al oído a quien entrevistar, quien es el entrevistado y cuál es su historia. Luego organiza a un grupo de seis maestras jardineras para que se coloquen junto a las rejas que rodean a la Casa de Gobierno y que ahora tienen varios listones negros con detalles violetas. La idea es que las registre.
Después me dirá que esta cobertura es una colaboración que hace para los periodistas Roberto Espinoza y Antonio Guinter, con quienes mantiene una relación de amistad. (En el programa de radio del primero –“Palabras Encontradas”- hace habituales apariciones a través de informales flashes de noticias donde realiza denuncias varias. A veces hasta pide “Placa Roja” y el operador ya sabe que tiene que poner la música de Crónica TV. Con Guinter tiene una relación más estrecha y antigua: cuando La Carpa cumplió 12 años, el periodista le dedicó una emisión especial de “Péndulo” (que se emite por Canal 6, de Cablevisión) donde transmitió desde su búnker de protesta.
“La prensa si quiere Justicia, si quiere un buen Gobierno, es la que tiene la autoridad para hacerlo”, reflexiona. “Yo manejo mucho la estrategia. Por eso el que se va conmigo a alguna protesta quiero que me cuide la espalda. Yo les digo que tiene que tener prendida la cámara permanentemente. Es lo mejor que podés hacer. A todos los que vienen y se arriman andá grabándolos. Pasa algo y él ya sabe que está grabado. Te llega a meter un tiro, un cuchillazo, algo, el tipo sabe que está registrado. Y después los actos, los vocabularios, todo hay que tener grabado. La grabación no es para escracharlo, sino para defensa. La prensa es la mejor defensa”.

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Nació el 30 de julio de 1958, en el paraje Punta Riel, jurisdicción de la localidad chaqueña de Margarita Belén. Tiene cuatro hermanos: dos varones y dos mujeres. Su papá, Manuel Benito, se dedicaba a la siembra de algodón, tabaco y hacía algo, muy poco, de ganadería. Su mamá, Jacinta Fernández, era ama de casa. En tanto, sus abuelos paternos tenían un buen pasar como joyeros en un gran local en donde ahora funciona el Banco Hipotecario, en Juan B. Justo y Alberdi, en Resistencia.
La vida en el campo era dura, pero marchaba. El papá hacía las labores campestres, los chicos jugaban y la mamá los cuidaba. Hasta que un día todo se derrumbó. Manuel Benito, su papá, enfermó de gravedad. Pasaron los días y la situación no mejoraba. Hasta hoy ninguno de los hermanos tiene idea de qué le pasó realmente.  Sospechan de un cáncer en la sangre. Dicen que se alimentaba mal. Falleció a los 34 años.
Pasó el tiempo y al dolor que sentía Jacinta por la pérdida del marido se sumaron los problemas económicos. Graves. En el medio del campo, con tantos hijos sin edad para trabajar, no tenía idea de cómo hacer para sobrevivir, hasta que una tía le dio un consejo: enviar a los chicos varones a un orfanato donde pudieran darles de comer y vestirlos y a sus hijas dejarlas al cuidado de su abuela materna. Sólo así podría trabajar de empleada doméstica cama adentro y algún día, cuando las cosas mejoren, contar con el dinero necesario para vivir bien, todos juntos, como antes.
Rodolfo, Horacio y Miguel, de tres, cinco y seis años, llegaron al Patronato de la Infancia, por San Lorenzo al 190, en Resistencia. Meses después, los trasladaron al IPAS (Instituto Provincial de Acción Social), en Marcelo T. de Alvear casi Wilde, y luego a una guardería para niños de calle Pellegrini al 700.
Su mamá los iba a ver periódicamente y hasta había fines de semana que los retiraba. Tiempo después, cuando los hermanos ya eran preadolescentes, Jacinta logró comprar una mejora en Echeverría al 1500 y volvieron a vivir juntos.
-           ¿Cómo fue el trato en el internado?
-           Tengo una capacidad que es la de no recordar. No podés recordar esos tiempos. Si, recuerdo que yo no pensaba. Me adaptaba. Esperaba siempre el momento de ir a la escuela. Los tres éramos así. Yo no faltaba nunca a la escuela, tenía excelentes notas. Vivía jugando, corriendo, me divertía. Era la mejor manera de sobrellevar todo eso. ¿Sabés como me definió una celadora? Me dijo: “Vos parecías un tigre agazapado cuidando a tus hermanos”. Ahí se arman grupos, tribus, había jefes de grupos. La mejor manera de no meterte con la gente era no hablar. Yo no hablaba: jugaba, me reía, pero evitaba meterme en los conflictos. Creo que me respetaban.
A los 11 años empezó a trabajar en el campo de su tío. Llegó a cosechar algodón. Luego comenzó como cadete en una casa de viandas. El trabajo lo obligó a cambiarse al colegio nocturno. “¿Vos sabés lo que fue inscribirme a la noche? Uno es criatura y piensa: qué jodido. Igual yo no me resiento, nunca fui resentido porque lo tomé como una circunstancia, ni siquiera me daba cuenta”.
Además de haberse recibido de martillero público y de maestro, trabajó en un taller electromecánico, un lavadero de autos, fue mozo, seguridad de boliches, obrero de la textil Abraham, compró y vendió motos y hasta vendió publicidad para diario Norte y Canal 9. “Trabajo, trabajo, trabajo. Toda mi vida fue trabajar y trabajar. Gracias a Dios me adaptaba a todo. Por ahí me pregunto ¿qué pasó con mi vida?”.
                                              
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Roberto Omar Zapata, abogado de Luz y Fuerza, fue quien impulsó en el año 2000 la primera demanda judicial reclamando que a Conde se le pague la indemnización por despido injustificado. Cuatro años después, la Justicia le dio la razón y ordenó a la empresa que le pague a su cliente $37.157, más honorarios y costas. El fallo lo dictó la jueza del Trabajo Nº2, Nora Fernández de Vecchietti en la causa caratulada “Conde Olgado, Miguel Benito c/Servicios Energéticos del Chaco Empresa del Estado Provincial (Secheep) s/ Despido”, expediente 15825/2000.
En esa sentencia no se analizó si estuvo bien o mal efectuado el sumario con el cual lo despidieron, si lo persiguieron, o lo discriminaron, sino que simplemente se resolvió que, al momento de echarlo, aún tenía ocho meses más de fueros gremiales ya que si bien dejó de ser delegado un año atrás, la legislación laboral mantiene dicha protección por 12 meses más. Para despedirlo legalmente, Secheep tendría que haberle iniciado, en primer lugar, una causa judicial para quitarle sus fueros y luego, con orden de un juez en mano, accionar.
Conde no quedó conforme con esta resolución y apeló para que se le abone un plus por daño moral. En 2007, los jueces Martha Rodríguez de Dib y Osvaldo Verón, de la Sala Segunda de la Cámara de Apelaciones del Trabajo, hicieron lugar a su demanda y ordenaron que se le pague $22 mil más en la causa caratulada “Conde Olgado, Miguel Benito c/Servicios Energéticos del Chaco Empresa del Estado Provincial (Secheep) s/ Despido, etcétera”, expediente 74/2005”.  Este fallo fue más allá de lo dictaminado en el juicio de primera instancia y demostró que el sumario que le realizó la empresa a Conde para justificar su despido fue totalmente parcial y arbitrario.
¿Con qué argumentos, entonces, Secheep lo despidió? De acuerdo a la sentencia, la patronal lo imputó de irregularidades consistentes en ilícitos para favorecer a terceros, al dividir el consumo de energía eléctrica sin autorización, omitiendo cargar dicho consumo en la cuenta del cliente, entre ellos un local de video póker. Esto, según los argumentos que dio la empresa, había ocasionado un daño patrimonial a Secheep. Con esta acusación, el Directorio, a través de la Resolución Nº 5091, resolvió el 15 de abril de 1999 dar de baja a Conde acusándolo de "haber cometido una falta grave en el desempeño de sus funciones" y afirmando que "dicha conducta fue violatoria de los principios de confianza,  lealtad  y  buena fe (...)  tornando imposible la continuidad del vínculo laboral de trabajo; por pérdida de confianza".
Los jueces Rodríguez de Dib y Osvaldo Verón pudieron comprobar que la división de consumo estaba autorizada y era de conocimiento de los funcionarios de línea debido al régimen caótico de la empresa en su funcionamiento interno, procedimiento que no estaba reglado y estaba vinculado, según los jueces, con las serias deficiencias administrativas de la empresa que emitía sobrefacturaciones o facturas con consumos cero.
Por otra parte, los magistrados hicieron mención a las actitudes persecutorias que los directivos de la empresa tenían con él por su condición de delegado gremial,  obligándolo a cumplir, por ejemplo, mayores cargas laborales y responsabilidades de las que les correspondía. Precisamente, Saúl Medero, uno de los que fue echado y luego reincorporado, declaró que Secheep tenía "una persecución personal” contra Conde. “Le sacaron las cortinas de su sector y le hacían hacer trabajo en otro”, dijo en la causa.
La Secretaria Seccional del sindicato de Luz y Fuerza, Graciela Cussigh, en tanto, afirmó que Conde "era sometido a controles que no se hacían con el resto de los  trabajadores y cumplía funciones de mayor responsabilidad a la categoría que tenía". Las mayores cargas laborales (remarcaron los magistrados) lo obligaron, tiempo atrás, a solicitar judicialmente su recategorización. Esto agudizó el pensamiento de los jueces en cuanto a la existencia de una persecución.
Ambos fallos, el de primera y segunda instancia, fueron victorias para Conde, pero no iban al quid de la cuestión. Buscando concretar la restitución de su puesto de trabajo, presentó a fines de 2005 una medida autosatisfactiva. Pero no tuvo la misma suerte. Fue rechazada “in límine” por la titular del Juzgado del Trabajo 1, Martha De la Vega, fallo que fue confirmado posteriormente por la Cámara de Apelaciones y luego por el Superior Tribunal de Justicia. Su reclamo, por el que tanto peleaba, no era avalado por los jueces chaqueños.
Conde salió a repudiar este revés judicial y puso en tela de juicio a los magistrados De la Vega y a su par Eduardo Antonio Siri (de la Cámara de Apelaciones) por considerar que eran personas vinculadas a la Alianza Frente de Todos, partido que gobernaba por la provincia por ese entonces.
Siri salió a responderle. A través de una carta de lectores, publicada en diario Norte, el 8 de enero de 2010, explicó que la Ley 23.551 de Asociaciones Profesionales, en su artículo 52, otorga al delegado gremial que fuera objeto de un despido injustificado, dos opciones: considerarse despedido y reclamar las indemnizaciones agravadas; o demandar el reintegro a sus tareas por nulidad del despido y que se condene a la empresa al pago de los salarios caídos. “En este caso, Conde Olgado no reclamó el reintegro, sino que hizo uso de la primera opción, de modo que una vez elegida una vía, no hay retorno; máxime, cuando después de elegida, se consciente todo el procedimiento, pasando así la sentencia en autoridad de cosa juzgada, criterio que es unánime en la jurisprudencia”, señaló Siri.
Conde no veía una solución. Había logrado que se le considerara la indemnización y el daño moral por despido (un hecho inédito en la justicia laboral argentina) pero no lograba que le devolvieran su trabajo. En 2008, tras ocho años de estar instalado frente a Secheep, y sin una luz al final del túnel, conoció al abogado Jorge Antonio Gait. “Conde”, le dijo Gait, “yo sé lo que te va a devolver tu puesto de trabajo. Dejame a mí”. Fue así que el letrado promovió ante el Juzgado del Trabajo Nº1, a cargo de la jueza Ana María Fernández una “acción autónoma de nulidad”, que solicitaba anular las sentencias anteriores, donde se rechazó el pedido de Conde para volver a su trabajo y pedía que se dicte un nuevo fallo en el cual se tenga en cuenta una serie de normativas, leyes y jurisprudencias que, según Gait, no se consideraron en esas decisiones.
Entre tantas, se destacan dos: el respeto al artículo 14 bis de la Constitución Nacional, donde se establece la protección contra el despido arbitrario, estabilidad del empleado público y respeto irrestricto a la tutela sindical. Y, por otra parte, el cumplimiento del denominado Caso Madorrán, fallo de la Corte Suprema que sentó jurisprudencia en cuanto a la estabilidad absoluta del trabajador estatal y que, ante un despido arbitrario, se debe restituir al trabajador en su puesto y, además, pagarle los salarios que dejó de cobrar.
Justamente el Caso Madorrán tiene similitudes notables con el de Conde. La historia es así: Martha Madorrán se desempeñaba desde los setentas en la Dirección de Aduanas de Buenos Aires, hasta que en 1996 fue echada porque el organismo “perdió la confianza en ella”. Casualmente la misma consideración que utilizó el Directorio de Secheep. La mujer, que contaba con un legajo intachable, fue acusada de cometer una serie de irregularidades que nunca se comprobaron.
Ni bien la echaron, Madorrán inició acciones legales solicitando la reincorporación a su puesto de trabajo en razón de la estabilidad absoluta que goza el empleado público. La Sala VI de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo hizo lugar a esa demanda al considerar que no se había probado ninguna falta grave que justificara la decisión de prescindir de sus servicios y también se remarcaba que en la Aduana había una situación caótica, sobre la que Madorrán no tenía posibilidad alguna de modificar. Casualmente lo que ocurría en Secheep cuando despidieron a Conde.
Asimismo, el artículo 7º del Convenio Colectivo de Trabajo 56/92 “E” que permite despedir a un trabajador aduanero por parte de la Administración sin expresión de causas fue considerado inconstitucional por no respetar la estabilidad absoluta del empleado público. Ese convenio había sido pergeñado en pleno menemismo cuando la flexibilización laboral era vendida como la panacea del desarrollo del país, pero, en los hechos, era el desamparo absoluto del trabajador.
La Aduana apeló este fallo ante la Corte Suprema. Finalmente, en 2007, los jueces Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco, Carlos Fayt, Enrique Petracchi, Juan Maqueda y Cármen Argibay rechazaron el pedido de la Aduana y dejaron en claro que hay razones histórico-jurídicas que impiden el despido arbitrario de un trabajador estatal.
Consideraron que el permitir el despido sin razones válidas no sólo genera el problema de manipulación política de los puestos de trabajo estatales, sino que recarga las obligaciones patrimoniales del Estado al tener que solventar la totalidad de los despidos. Por esta razón confirmaron la sentencia recurrida y reafirmaron que el Estado solamente puede despedir a su personal en caso de faltas graves y justificadas. Así, en 2007, once años después de que la despidieran (Conde lleva trece de despedido), Madorrán pudo volver a su puesto de trabajo.
“Ya me había acostumbrado a mis vacaciones”, se ríe ahora, del otro lado del teléfono desde su casa de Temperley, provincia de Buenos Aires. Hoy, ya retirada, Martha recuerda su padecimiento con orgullo. “Mi caso fue algo muy particular, muy injusto porque yo ni siquiera tenía faltas sin aviso. Las únicas veces que falté fue cuando tuve a mis hijos”, cuenta.
“Yo luché durante todo este tiempo, más que nada por la reivindicación. Me echaron, así porque sí, y eso no podía ser. Porque si eso hubiera sido así a cuánta gente hubieran echado por que sí. Esas cosas se hacen en una empresa privada. Acá no: acá la administración pública no ‘tiene pérdida de confianza’, porque no hay un dueño”, dice.
Si se concretara una sentencia favorable a Conde, si el Juzgado del Trabajo Nº1 le diera la razón, y el gobierno no apelara, recién ahí se abrirá la posibilidad para que le devuelvan su puesto de trabajo, además de pagarle los trece años de salarios que dejó de cobrar. Así, el pago de una indemnización, más el agravante por daño moral, más la restitución de su puesto de trabajo sumado al pago de los salarios caídos sentaría un nuevo precedente en la jurisprudencia argentina respecto de cómo la Justicia podría accionar en casos de despidos arbitrarios por parte del Estado. Esta causa, la madre de todas las batallas, hace cuatro años está parada. Por el momento, Conde sólo logró una serie de dictámenes del Tribunal de Cuentas, la Subsecretaría de Derechos Humanos y la Defensoría del Pueblo que exigen que se le devuelvan su empleo. De todos modos ninguno de estos escritos son vinculantes y, en los hechos, no sirven de mucho.

                                                           ***

Después de tantos años, hoy La Carpa ya es parte del paisaje. Todos la ven pero nadie la mira. La gente pasa y ya no le sorprende que, por ejemplo, haya una edificación a un costado de la vereda, sobre un cantero, o que dos veces por semana se organicen asados o rondas de guiso carrero, o que a la tarde, se despliegue una mesa de madera y comience una encendida ronda de truco.
La Carpa versión 2012 no se parece en nada a la de 2000. Ahora, es un habitáculo de dos metros por dos metros y medio. La estructura y el piso son de madera y las paredes están recubiertas por plásticos negros. Desde lejos parece más resistentes que cuando uno se acerca y la toca. Afuera la sostienen hilos reforzados que se tensan en días de tormenta. “Resiste mucho y no le entra agua, eh”, me ilustra Conde.
Adentro parece una biblioteca antigua. Hay innumerables carpetas de color amarillo y marrón y papeles apilados en estantes precarios. Tiene una suerte de azotea donde hay más documentos. Son los expedientes que tiene Conde de sus causas, sus presentaciones, sus cartas de lectores y algunas denuncias presentadas, entre otros. La sensación es de agobio. También se ve una cama bien puesta, una silla, algunas ropas colgadas para secar.
Héctor Aguirre es quien actualmente se queda la mayor parte del tiempo dentro de la carpa, propiamente dicha. Tiene cuarenta y largos, bigotes prolijos entrecanos, pelada avanzada y colita larga atrás. Conde me contará que un día se acercó y le pidió quedarse porque no tenía otro lugar a donde ir. Hace y vende muebles y artesanías en madera a los vecinos del centro. Esto explica por qué dentro y fuera de La Carpa haya tamaña cantidad de maderas y postes apilados. “Se vende bien”, me dice Héctor, quien me explica que efectivamente está todo el día ahí pero aclara que por las noches cierra con candado y se va a dormir a su casa por Edison y calle 24.
“En La Carpa, antes había un hombre que lo echaron del hospital Pediátrico y vino a quedarse acá con su mujer”, me cuenta Conde. “Era muy prolijo, muy limpio. Me acuerdo que La Carpa siempre tenía olor a velas aromáticas. Después se fue. Así como él hay una lista larga de gente que me pide para quedarse”.
La Justicia chaqueña: esa prostituta VIP que coquetea y pavonea con el poder”, reza uno de los carteles que cubre La Carpa. Lo grafica un dibujo de una mujer en ropa interior. Junto a ella dos edificios: el de Secheep y el del Tribunal de Cuentas, el organismo de contralor provincial. El otro costado del búnker, el que da hacia la vereda, tiene una tela arpillera blanca donde hay mensajes de aliento hacia Conde escritos con fibras y birome. “Sólo los que viven de rodillas ven a sus enemigos gigantes”, se lee en uno.
El otro “ambiente” de La Carpa, donde se realizan las rondas de mate, las cenas y el truco, está unos metros más allá, siempre sobre el cordón, para no molestar. Hay sillas plásticas remachadas, puede estar o no una mesa. El cielo raso son las estrellas y las ramas de un árbol añoso.
“A mí me intentaron sacar, tengo un proceso judicial y todo”, recuerda. “Gracias a Dios la Justicia determinó que yo no molestaba, porque La Carpa no molesta al tráfico”. Conde explica su estratégica posición: “Lo puse justo en el cantero. Todo eso lo planifiqué. Yo podría haberla puesto en la esquina (de Illia y Sáenz Peña). Pero en la esquina tenés el efecto de dos calles que se encuentran. Vos tenés que pensar en la gente, en el tráfico. Hay que tener cuidado”.

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        ¿Juegan hoy?
Es sábado y hace frío en Resistencia. Cae una tímida llovizna.
– Sí, a las dos de la tarde arrancamos. Venite a las cuatro y después vamos para casa y seguimos charlando. ¿Te gusta el cocido con torta frita?
Ahora, en una cancha de pádel techada de calle Necochea, está sentado viendo el partido que disputan cuatro de sus amigos. Tiene chomba blanca, cuello hacia delante, medias y zapatillas al tono. Los pantalones cortos negros, las pantorrillas gruesas, llenas. Veo algunas manchas oscuras en ambas piernas, recuerdo de una psoriasis generalizada que irrumpió en su cuerpo debido al estrés de estar tanto tiempo en La Carpa. Más adelante me dirá que el médico le recomendó no permanecer las 24 horas en la calle y le recetó Alplax, médicamente indicado para los trastornos por ansiedad generalizada y para el tratamiento del trastorno de angustia (ataques de pánico).
Tiene un estilo grácil para jugar, elegante. Tiran un smash y logra devolverlo. Lo hace moviendo ligeramente la muñeca, el esfuerzo leve. La pelota regresa de donde vino impulsada sólo por la potencia del remate del oponente. Hay un segundo smash. Lo devuelve de un modo similar, casi sin inmutarse. Logra golpear la pelota pero ésta se resiste. La pelota hace una curva y cae. Queda en la red. Conde hace un leve gesto de malestar, es mínimo. Al final, perderá la misma cantidad de partidos que ganará.
Al parecer, Conde encontró una relación entre el pádel y su lucha. “¿Sabés por qué hago esto? Esto para mí es una descarga de emociones. Otras cosas, como el gimnasio, por ejemplo, gastás energía pero no emociones”, me dice.
Sobre su faz deportiva, Conde me contará que siempre fue amante del cuidado del cuerpo. “Antes no fumaba. Hacía boxeo, karate, judo, levantaba pesas, corría. Vivía corriendo. Es la mejor protección que tenés en este mundo: el poder defenderte. Es más, con el deporte te volvés más pacífico. Menos peligroso ¿En qué sentido? Te controlás más y reaccionás menos. Es más: cuando te ven se te animan menos. Porque cuando uno vive así tenés que cuidarte que no te molesten. Para mí es un mérito estar donde estoy hoy porque nosotros estamos luchando contra un poder que ni siquiera lo vemos”.
El juego terminó. Se sube a su moto Suzuki AX100. Vamos a su casa. Arriba de su vehículo, el equilibrio es imposible: sobre el tablero lleva una campera, un pantalón, sobre el manubrio izquierdo está colgado un pequeño bolso donde carga termo, mate y yerba. Para hacer espacio, maneja con las piernas muy abiertas. Una riñonera le cruza la espalda y mientras conduce trata de encender un cigarrillo en una maniobra bastante incómoda. No sé cómo lo hace, pero lo hace.
Estamos sobre avenida Hernandarias, en diagonal al cementerio municipal San Francisco Solano. Desde la calle, su casa es imperceptible. Varios árboles, algunos canteros y la falta de luz la tapan completa. Más cerca, se ve la fachada negra y gris del paso del tiempo. En la entrada, a un lado, hay un cúmulo de arena cubierto por algunos ladrillos, restos de algún proyecto trunco. Desde adentro, un perro nos ladra.
Conde vive solo. Tiene un pequeño recibidor, con algunos papeles desordenados y una puerta de madera sobre la pared. La cocina es así: placard, heladera petisa, alacena, mesa mínima, tres sillas, la cocina. En la pared sólo hay una repisa encorvada de humedad, con una lámpara de kerosene. Un poco más allá, colgando de un hilo, una pequeña hada rosa. De fondo, se escucha un goteo persistente. El ambiente es de una digna austeridad.
Desde la cocina escucho que alguien golpea las manos. Conde va y vuelve con torta frita. Dice que las recibe todos los días antes de las 18. “Yo colaboro con esta gente, a mí me gusta colaborar. Después viene otro y le compro por lo menos dos. Y en La Carpa le compro al que hace pan casero, porque mi sistema es colaborar. No quiero decir que soy bueno, yo soy común como todos. Con mis errores”, me dice.
En un recipiente de metal pone agua y yerba. Como me adelantó, la idea es tomar cocido con leche y torta frita. Le digo que mejor tomo unos mates, pero él insiste y me dice que a esta hora siempre merienda. No lo contradigo.
Me cuenta que un papel bastó para que su destino diera un vuelco. Recuerda que el 15 de abril de 1999 estaba de licencia cuando alguien golpeó su puerta. Era el telegrama de su despido. Secheep, a la que la que le había entregado dieciséis años de su vida, le informaba que tras realizar un sumario administrativo lo había encontrado culpable de cometer irregularidades en el sector comercial tornando “imposible la continuidad del vínculo laboral". Había sido delegado gremial durante varios años y sabía que esto era una sanción ejemplificadora. Algo así como colocar su cabeza en una estaca en el hall de entrada de la empresa para que todos sus compañeros vieran lo que le sucede a quienes alguna vez intenten decir que no.

                                                           ***
Había ingresado a Secheep (Servicios Energéticos del Chaco Empresa del Estado Provincial) por concurso el 28 de abril de 1983. Pasó por casi todas las áreas: Alumbrado Público, Redes, Secretaría de Gerencia y por último el sector de Toma Estado donde tenía a su cargo diecinueve personas a quienes controlaba y organizaba en las tareas de lectura de medidores de luz en el Gran Resistencia. Posteriormente fue elegido por sus compañeros como delegado gremial ante Luz y Fuerza.
Todo estaba más o menos encaminado en su vida. Tenía un buen sueldo, estabilidad laboral y las tardes libres para seguir estudiando, al punto tal que se recibió de martillero público. Un tiempo después comenzó a escuchar rumores de que lo iban a despedir por las “sugerencias internas” que la empresa mejore su servicio y, sobre todo, por las demandas judiciales que había ganado para que lo recategorizaran.   
El rumor se concretó, pero Conde no se quedará quieto. Se inclinará por dos medidas de fuerza en simultáneo: el inicio de una huelga de hambre y  la instalación de una carpa de protesta frente a la sede de la Gerencia del Área Metropolitana en Roque Sáenz Peña 170, de Resistencia.
A las seis de la mañana del día siguiente, llegará con la intención de instalarse en la vereda. Ahí se enteró de que no había sido el único despedido: Roberto Salas, Raúl Umeres y Saúl Medero, también de Luz y Fuerza, fueron expulsados como él.  
¿Por qué ellos? Conde tiene dos teorías. Una apunta a que la cúpula de Secheep se quería sacar de encima a algunos empleados “problemáticos”, que reclamaban mejoras en las condiciones laborales, criticaban el funcionamiento interno de la empresa o, como Conde, exigían y ganaban juicios donde la empresa debía abonar un retroactivo por el salario que le correspondía de acuerdo a la tarea que desarrollaba (le pagaban un sueldo de categoría 8 cuando hacía tareas de la 11). La otra teoría se basa en que dentro de Secheep había una política de paulatino vaciamiento, algo así como una privatización encubierta. Ambas eran muy verosímiles para la época.
Se aprestaba a instalar una carpa tipo iglú en la vereda de la empresa, cuando a último momento la Secretaria Seccional del sindicato de Luz y Fuerza, Graciela Cussigh, logró persuadirlo. Le prometió que se encargaría de que todos volvieran a sus respectivos puestos de trabajo advirtiéndole que la instalación de una precaria morada de protesta en la vía pública, en este momento, sería un elemento inoportuno en las negociaciones con el difícil Directorio de la empresa. Conde apretó los dientes y accedió. Incluso el sindicato hizo varias presentaciones al Directorio repudiando lo sucedido y respaldando a los trabajadores.
Al ver lo que sucedía con quienes tenían fueros gremiales, la mayoría de los empleados de Secheep resolvieron respaldar a sus compañeros y decretaron un paro de actividades. Sin embargo, la Dirección Provincial de Trabajo frenó la medida de fuerza convocando a una conciliación obligatoria. El conflicto se dilataba.
En el medio, el por ese entonces subsecretario de Trabajo provincial, Eduardo Luque dictó la resolución Nº 261/99 ordenando la reincorporación de Conde y de los demás cesanteados. El pedido no le movió un pelo al Directorio, que estaba conformado por el presidente, Benicio Szymula y los vocales, Raúl Padilla y Carlos Camargo.
Otra asamblea fue convocada por el gremio. Nuevamente le pidieron que no instale la carpa, que todo se soluciona con diálogo, que sí o sí volvían todos, que espere. El pedido se lo hicieron esta vez Medero y Salas, despedidos junto a él. Aceptó pero empezó a sentir cómo el sindicato dilataba y diluía la lucha que lo llevaría de regreso a la empresa. (Tiempo después, me contará Conde, de los cuatro despedidos el único que logró volver fue Medero, dirigente de Luz y Fuerza, hoy concejal de Resistencia por el justicialismo).
El diputado nacional del PJ, Juan Carlos Ayala se interesó por el conflicto y logró que el Congreso aprobara una declaración en donde instaba al Ministerio de Trabajo de la Nación a ser de mediador entre las partes. Conde participó de esa reunión, donde estuvieron representantes de Luz y Fuerza y de Secheep. “Lo que aducía la empresa es que no podían tener un personal reclamante y que para ellos era un tema terminado”, cuenta ahora.  
Ese fue el primer momento en que se sintió solo. Sentía que el sindicato dilataba el conflicto, los organismos laborales parecían cartón pintado y los directivos de Secheep, dueños absolutos de la empresa. Para sortear esa soledad, decidió levantar firmas entre sus compañeros en apoyo a un petitorio de reincorporación de los cesanteados que luego le presentaría a la empresa. Llegó a juntar 300.
Desde que lo echaron, cada mañana iba al sindicato. Hasta que se chocó contra una pared. “Uno que trabajaba de la estructura me dice: Conde, vos ya no sos empleado de Secheep, ya no pertenecés a Luz y Fuerza. No vengas más”. Su gremio le daba la espalda. Para completar su indignación, este mismo sujeto se excusó diciendo que en su momento no fueron al paro en solidaridad de los compañeros despedidos porque podían “perder la personería gremial”.
Un año después, agotado de tanto caminar, recorrer pasillos, hacer presentaciones a la Cámara de Diputados provincial, ir a los diarios y hablar con cuanta persona quisiera escucharlo, algo lo empujó a instalar, finalmente, su carpa de protesta, aquella que el sindicato y sus propios compañeros despedidos aconsejaba no levantar para negociar sin escollos.
Fue en el medio de un intento de paro convocado por Luz y Fuerza cuando los trabajadores se negaron a adherir a esa medida de fuerza ante la falta de confianza que le generaba el sindicato. El recuerdo de lo que le sucedió a Conde estaba aún muy fresco. Si le soltó la mano a uno, ¿por qué no se la soltaría a todos?
Para envalentonar a los trabajadores y que se animaran a parar, el sindicato habría recurrido a una mentira: dijeron que Conde no quiso que lo defendieran. Esa falacia lo indignó a tal punto que volvió a su casa decidido a armar su búnker de protesta.
El primer habitáculo que construyó tenía dos metros de largo, por uno de alto y uno de ancho. “Y me costó… no te imaginás. No tenía plata para hacerla y no iba a molestar a la gente para eso”.
Ayudado con un carro de mudanzas, llegó a la vereda de Secheep. Eran las siete de la mañana del 12 de julio de 2000. Con ayuda del que manejaba el flete, bajó el búnker y lo colocó justo en frente del sector comercial, sobre la vereda.
A partir de ese momento, todos los que entraban y salían de la empresa lo veían. Trabajadores, usuarios, proveedores y transeúntes. Era el espejo deforme en el que nadie quería mirarse. El ejemplo vivo de lo que representaban los fríos números de desocupación del ocaso menemista. “La idea era quedarme permanentemente. Estar un día, cien, mil, pero estar”.

                                                           ***
-  ¿Se equivocó al despedir a Conde Olgado?
En 1999, Benicio Szymula era subsecretario de Obras Públicas y presidente de Secheep. Hoy, trece años después, está alejado de la administración pública. Sigue militando en el radicalismo chaqueño, pero con un perfil mucho más bajo del que tenía por ese entonces. Del otro lado del teléfono, me da su versión de lo que sucedió.
–El sumario aconsejaba que se tomen medidas de esta naturaleza y así procedió el Directorio. Además lo que hay que saber es que Secheep es una empresa del Estado, por lo tanto actúa igual que una empresa privada. Puede inclusive sin causa justificada, solamente por falta de confianza, dejar sin efecto la designación y se paga la indemnización, como cualquier actividad privada. Y esto fue lo que hizo la empresa Secheep.
– ¿Y cómo se establece la falta de confianza de un empleado? Es un término bastante difuso.
–Y por ejemplo, yo soy dueño de una empresa, o de un negocio, no tengo confianza en un empleado y lo dejo afuera. Lo puedo despedir sin causa, porque las circunstancias así lo merecen. Sería bueno que usted mire el expediente porque por esa razón ni este gobierno, que es de signo político diferente, lo incorporó de vuelta a la empresa.
–En ese momento, ¿cómo funcionaba la empresa Secheep? ¿Había problemas administrativos o en las facturaciones?
–Había cuestiones pero no las voy a decir públicamente a esta altura. Hace doce años dejé la empresa y volver a remover esta cuestión a mí no me interesa. Lea el expediente completo, no los fallos de la justicia solamente.
– ¿Lo conocía a Conde Olgado antes de su despido?
–Es imposible conocer a los casi mil empleados.
–Él plantea que el principal impulsor de su despido fue Carlos Camargo. ¿Esto es así?
–Camargo era el gerente de la empresa, y era obviamente quien más se abocaba a la cuestión administrativa y el que más tiempo tenía. Yo si quiere le comento qué ha pasado, pero fuera de micrófono. Seguro que me va a dar la razón. Hay cuestiones que inclusive no se pueden probar, que son difíciles de probar.
–En la época en que usted era presidente de la empresa, ¿se estaba iniciando un proceso de tercerización?
–No sé a qué llaman un proceso de tercerización. Nosotros contratamos a una firma para mantener el sistema. Esto no creo que sea una tercerización.
–Además de Conde Olgado se despidió a otros empleados de Secheep en esa época. ¿Por qué?
–Había cuestiones administrativas que no nos cerraban. A lo sumo, nos podemos haber equivocado. Pero si me equivoqué hubo un expediente que así lo determinaba.
–Usted sabe que no se puede echar a una persona que tiene fueros gremiales, como era el caso de Conde Olgado.
–Creo que usted no tiene conocimiento de cómo son estas cosas. En el municipio (de Resistencia, del cual fue intendente entre 1999 y 2003) por ejemplo había dos mil ochocientos empleados. Si en algún área se empezaba un sumario y a mí me llegaba el expediente terminado, y si el área legal aconseja que el empleado debe ser sancionado o echado yo no puedo cajonear eso. No es que yo me dedique a armar sumarios.
–Ni bien lo echaron, el ex subsecretario, Eduardo Luque pidió que se lo reincorpore y se lo desoyó. ¿Por qué?
–Puede pedir, obvio, pero eso no significa que corresponda o que el Directorio entienda que eso deba ser así. Sino estamos sonados, sino después no nos quejemos cuando escuchamos las cosas que suceden en cada área. Dejemos entonces que cada uno haga lo que quiera, no hagamos más sumarios, total para qué vamos a estar perdiendo tiempo. Por eso yo le pido que mire todo el expediente.
–Además del fuero gremial, Conde Olgado tenía estabilidad absoluta por ser empleado público. ¿Sabía eso?
–Estás equivocado, y vamos a cortar acá porque creo que estamos discutiendo en el aire. Ningún empleado tiene estabilidad porque si el tipo es un chorro, por ejemplo, la estabilidad se le termina, y si es un delincuente, la estabilidad se le termina. Hay cosas que no se pueden probar directamente. Yo puedo echar a una empleada porque me desaparecen cosas y tengo la presunción de que ella se las lleva.
–Pero no tiene pruebas para echarla.
–No tengo pruebas, pero no voy a dejar se siga llevando cosas de mi casa. ¿Me entendés o no? Ese es un ejemplo de cómo se toma una decisión.
–Pero la estabilidad absoluta apunta a que a un empleado del Estado no se lo puede despedir sin causa.
–Perfecto. Secheep es Servicios Energéticos Empresa ¡EM-PRE-SA! del Estado Provincial. Sino cambiémosle el nombre. Fijate vos que en un momento los aportes iban a una Afjp, inclusive. Y en una empresa al igual que en un negocio o en una industria, lo que sea, el que ejerce la función, en este caso el Directorio, puede despedir a las personas pagando la indemnización que corra por ley. Sino estamos en el horno. Después no pidan eficiencia a los organismos del Estado. Ustedes como ciudadanos por un lado piden y por otro se quiere proteger a alguien que, bueno… Vuelvo a insistir, y acá terminamos la entrevista, lea el expediente y después hablamos.
–En resumen, y como ex presidente de Secheep, ¿cree que se equivocó al despedir a Conde Olgado?
–No, en función del expediente.
–Y más allá del expediente, usted ¿qué piensa?
–No, yo creo que no. Si es cierto lo que está en el expediente, no.

***
Miércoles.
Cae la noche tibia y Conde no está en La Carpa. Hay una mesa de madera larga plegable. Un poco más atrás, un pequeño cúmulo de brasas ardiendo y algunas tiras de costilla en una fuente. Se viene un asado. Más allá, donde usualmente pernoctan los visitantes, hay tres hombres sentados. En la punta está Julio César Cristóbal, de setenta y largos. Bastón, anteojos profundos, la espalda cansada. Es un ex empleado judicial y ex director del periódico La Hoja, que sacó treinta ediciones durante la década del 90 denunciando diversos actos de corrupción sucedidos en la provincia. Junto a él está Horacio, de poco más de treinta, mandíbula contundente, remera azul gastada. Frente a él, con la mirada apretada tras los lentes, está Héctor Moors. Moors trabajó durante mucho tiempo en el Banco del Chaco, hasta que la firma quebró en los noventa. La banca estatal indemnizó a algunos trabajadores, Moors entre ellos.
–No está. Fue a verlo a Lanata– me dice el ex bancario.
Al parecer, corrió el rumor de que el periodista Jorge Lanata andaba husmeado por Resistencia junto a su equipo de producción. La versión decía que el fundador de Página/12 estaba en el coqueto hotel Amerian. “Estoy yendo”, me avisa Conde desde su celular.
Cinco minutos más tarde llega con Lito Almirón, un ex dirigente de Luz y Fuerza, actual integrante de la CTA disidente. La noche es veraniega. Me dice que al final no encontró a Lanata, pero que debe andar en otro hotel y que si lo llega a ver le va a contar varias cosas que pasan en el Chaco, todas negativas, por supuesto. Nos sentamos frente a frente y aprovecho para charlar con él sobre el origen de La Carpa. Hablamos casi media hora, pero me surge una cuestión familiar y tengo que irme. Conde me invita a comer igual. Otro día será. Ya son alrededor de quince personas las que se juntaron a picar algo. Conde me dice que los miércoles son tranquilos, se invita a poca gente porque hay poca comida. No así los viernes donde hay guiso carrero en abundancia.

                                                           ***
Si bien da la impresión de que La Carpa es un lugar improvisado, Conde tiene un cronograma muy estricto de actividades.
–¿A qué hora llegás a La Carpa?
–Arranco a las seis y media. De ahí me manejo con el cyber. Saco todo, voy actualizando algunas cositas, mando comunicados a ustedes los periodistas.
–¿Y después?
– Después vuelvo a La Carpa, vienen, me llaman, me reclaman.
–¿Volvés a tu casa al mediodía?
–Así es.
–Me contaste que a la tarde se hace una ronda de truco.
–Sí, yo soy el que generó eso. Para descomprimir, más que nada.
–¿Siempre hay gente en La Carpa?
–Siempre. Cuando yo no estoy no hay gente. Cuando vuelvo, ahí se llena. En serio, es la pura verdad. Te decía, soy muy estructurado en todo esto. Pasa que al principio me quedaba las 24 horas. Vivía con un estrés tan elevado que me quería agarrar un ACV. No sé si era el exceso de presión. Me temblaba esto, esto, esto (se toca varias partes de la cara y los brazos). Después tuve que tomar Alplax.
– ¿Cuando fue eso?
–En 2001. Fue después que me denunciaron por terrorista. Salí sobreseído y le inicié acciones legales. En los casos de (los ingenieros, Pedro) Kozak y (Mario) Busemi les inicié juicio porque me venían atacando sistemáticamente. Cuando me denuncian yo estaba estudiando y ellos adujeron que había armas y explosivos en La Carpa. Toda una fantasía. Yo estaba estudiando Ciencias Económicas y la Tecnicatura en Informática Aplicada. Dejé todo por eso.
–¿Cuánto tiempo estuviste durante las 24 horas?
–Habrán sido cuatro años.
–¿Cómo fueron las primeras noches en La Carpa?
–En el centro tenés que ir adaptándote. Había una temporada en que me quedaba hasta la una de la mañana en la esquina, controlando.
–Pero en realidad no descansabas nada.
–No, imposible. Tenés que estar atento por los ruidos.
– Y ahora, ¿ya no te quedás a la noche?
–Ya no.
–¿Eso fue por consejo médico?
–El médico me dijo que eso era muy estresante y desgastante en lo físico. Esto no es falso (me muestra su pierna con erupciones por la alergia nerviosa). Esto es real y concreto. Cuando me denuncian (por supuesto terrorismo) me agarró un estado que parecía que estaba en una nube.
–¿Tanto te afectó eso?
–Sí, porque me denunciaron por subversivo, por terrorista. Si eso llega a trascender... También me puse así por el temor, porque te llevan preso y fuiste. Además no lo tenía a (su actual abogado, Jorge) Gait conmigo. Incluso tenía dos cámaras que filmaban a La Carpa.
–Cuando vos no estás, ¿queda alguien cuidando tu búnker?
–Las 24 horas hay gente.
– ¿Se queda cualquiera?
–Hay gente que se halla. Las personas rotan.
–Esa noche cuando estaban por comer un asado en La Carpa, me sorprendió que me hayas dicho que era algo discreto, con poca gente y terminó siendo mucha.
–Vos llegaste antes de que lleguen todos. Los miércoles hay veinte, más o menos, y los viernes, treinta o cuarenta. Pero no quiero más gente, porque no soporto no poder atenderlos.
–¿Y la comida? ¿Quién paga?
–Yo no pido nada a nadie, por eso tuve que desprenderme de un montón de cuestiones. La comida es parte de mi lucha. Corre por mi cuenta, a través de un familiar que me ayuda, que me subsidia. Pero no puedo decir su nombre porque su familia no está de acuerdo.
–¿Hasta qué hora te quedás en La Carpa?
–En general estoy hasta las diez u once de la noche. Depende de muchos factores, porque a veces estoy por ahí en alguna reunión o en charlas como en la biblioteca Rivadavia. Siempre estamos en algo, siempre hay algo. Pasa que no quiero abandonar mucho porque sino me dicen: “Che, Conde, siempre voy a La Carpa y nunca estás”. La gente me reclama porque quiere estar conmigo.
–¿Y por qué crees que la gente quiere estar con vos?
–Yo soy una persona que no va a hablar de temas que no tengan nada que ver. Por ejemplo, cuando me pegan en Secheep en 2001 o 2002, Moors vino a La Carpa y se halló conmigo. Vino y me dijo: “Conde, a vos te molesta que yo te acompañe”. Él entendía exactamente lo que me pasó, se sentía identificado. Por eso no le cuesta estar conmigo. Hay gente, bancarios, que se suicidaron después de que quebró el Banco. Hay muchos bancarios a los que fui a visitarlos a su casa. Vos no te imaginás la ayuda mínima de tratar con esa gente. De ir, escucharlos... El contador Cabral, por ejemplo, es un hombre que pelea por mí. Esta mañana casi se agarró con uno.
–¿Tu tío estuvo desde el comienzo con vos, no?
–Sí, el hermano de mi papá, Don Conde. Fue mi columna, mi protector. Él estaba atento, cuidándome siempre, relojeando mientras yo hacía mi actividad de reclamo. Su naturaleza era protegerme. (El escritor y cantautor chaqueño) Bosquín Ortega lo describe como un hombre de ojos azules profundos. Son gente de campo, rudimentaria. Don Conde era grandote, sus padres eran europeos. Además era peronista fanático. Con el único que se sintió defraudado fue con Menem.
–¿Faltaste alguna vez a La Carpa?
–Nunca, jamás.
–¿Ni enfermo?
–Ni enfermo.
–¿Cómo hacés?
–Voy igual. Gracias a Dios creo que una o dos veces me enfermé. Yo ahora, mirá, tengo dos camperas puestas, tres pares de medias, dos buzos. Ahí aprendí a abrigarme porque los primeros días me iba con una remerita.
–Tus zapatos también son muy abrigados.
–Sí. En La Carpa no te pongas mocasín ni nada de eso porque te vas a congelar. Estos son zapatos de seguridad. Yo sigo usando ropa de la empresa desde que me despidieron, nunca la dejé de usar. Siempre me sentí identificado con la empresa.
– ¿Qué le recomendarías a una persona que quiere hacer una protesta como la tuya?
–Tratar de estar lo más humilde, pero no croto. Tenés que tener una presencia que no de una actitud de mendicidad. A mí me decían: “Che, dejate barbudo, rotoso”. No: yo no fui a mendigar. No fui a dar lástima. Hay que estar lo más normal, como una persona de clase trabajadora y no salirte de ese encuadre. Siempre afeitado, siempre bien. Eso es parte importante de esto. Y uso lo verde porque son colores que me gustan y porque soy naturista. Todo tiene que ver. Por mi alergia, si yo no me abrigara como estoy ahora se me comenzaría a tapar la nariz. Ahí hace un frío, bajo el árbol, el viento sur. Antes tenía bracero. Me ofrecieron grupo electrógeno y todo, pero es un compromiso. Una vez nos robaron todas las mesas y sillas. Tenía todo, hasta luces artificiales y nos sacaron todo. Entonces dije que no más, vamos a estar con lo que tengamos. Cuando recién me instalé no tenía nada. Estaba con lo puesto. Pero el hecho de no tener nada no significa que no esté con prestancia. Después uno se va acomodando.
–¿Qué se aprende de la calle?
–Yo trato de aplicar el síndrome de Estocolmo, siempre. Hay que agradecer lo poco que te dan, porque por ahí es mucho realmente y uno no se da cuenta. Tenés que agradecer que no te agredan, que te saluden. Todos los niveles están conmigo: el piquetero, el sindicalista, el médico, el empresario. Todos. De ahí en más, nunca sabré si me acompañarán, pero todos se quedan a hablar conmigo.
–¿Hay alguna forma de estar en La Carpa? ¿De sentarse, por ejemplo?
–Tenés que estar sentado y siempre en posiciones… –dice, mientras comienza a sentarse erguido. -Lo máximo que podés hacer es hacer esto– explica y relaja la postura, sólo un poco.
–¿No podés sentarte así?– le digo y me desparramo en la silla, demasiado relajado.
– (Con cara y tono de escandalizado) Noooo. No podés estar así. Nooo. Uyyy, noooo. A la gente tenés que respetarla porque no interpreta este tipo de lucha totalmente.
–¿Sentís ese prejuicio? ¿De lo que pueden llegar a pensar de vos? ¿De lo que hacés?
–Yo observo todo. Pero como ya me crié de determinada manera, me cuido de la posición en que tengo que estar sentado, los comentarios que se hacen… Hay que tener mucho cuidado. Siempre les digo (en referencia a los visitantes de La Carpa) que a las mujeres no hay que decirles nada. A todos nos gustan las mujeres pero…
–O sea que si pasa una mujer no se le puede decir nada.
–(Otra vez el mismo tono) Nooooo.
–¿Y si alguien lo hace?
–Le digo que se vaya a la esquina y levante todas las minas que quiera pero que no lo haga en ahí. A mí me gusta mirar a las mujeres, encima en el Chaco tenemos las mujeres más bellas del mundo. Ves chicas hermosas, uno las mira pero me contengo de decirle “qué hermosa chica”.
–¿Alguna vez echaste a alguien de La Carpa?
–No, nunca. Traté de controlar, hablándole.
–¿En qué circunstancias?
–Especialmente cuando por ahí quieren decir algunas cosas. Yo siempre les digo que acá hay diversos colores políticos, pero hay que tratar de no ponerse a discutir que uno es azul y el otro es rojo. Hay que buscar la calma.
– ¿Descomprimir?
–Claro. Por eso yo implemento el truco. El truco es la mejor herramienta. Hay gente que se enoja y dice: “Che, nosotros venimos a hablar acá y juegan al truco”. Sé que vienen a hablar, pero también sé que se llega a veces a niveles de discusión muy fuertes. Lo trato de manejar, pero por ahí no puedo.

***
Elio Montivero es un ex gendarme que fue cesanteado de manera injusta hace doce años. Mientras sigue con su juicio laboral, se gana la vida vendiendo panchos en la plaza central de Resistencia. Cuando Conde se instaló en la vereda de Secheep, inmediatamente se sintió identificado y hasta entabló una relación de amistad con él. Allí, surgió la idea de crear una asociación civil. La intención era tener una herramienta legal con la cual hacer reclamos colectivos y enviar cartas de lectores a los diarios sin el temor de sufrir represalias que pudieran terminar en demandas judiciales que complicarían la economía de cada uno de ellos.
Así nació la Asociación Civil en Defensa del Derecho de la Ciudadanía (ACDDC), cuya presidencia la detenta hoy Héctor Moors. Fue una de las principales organizaciones que estuvo en las marchas por una “Justicia Independiente” que derivaron en un foro que nucleó a una gran cantidad de organizaciones sociales, políticas y movimientos piqueteros que pedían principalmente la remoción de tres jueces del Superior Tribunal de Justicia (Ramón Ávalos, Ricardo Franco y Rolando Toledo), elegidos a dedo por los gobiernos radicales de Ángel Rozas primero, y Roy Nikisch después. Ya en la gestión de Capitanich, también participó de varias marchas en contra del desalojo de un grupo de familias que residían en el Lote 16, jurisdicción de General Vedia, quienes finalmente fueron expulsadas por Gendarmería Nacional debido a que había una órden judicial para despejar la zona y así concretar el tramo final del Electroducto NEA – NOA.  Además evitaron varios desalojos de personas carenciadas, denunciaron maniobras irregulares en Secheep, fueron fuertes impulsores de la creación de la Defensoría del Pueblo de la provincia y siempre comunican a los periodistas locales, vía mensaje de texto o mail, denuncias de todo tipo.
–¿Qué reclamos te llegan?
–De todo. Gente que es mal atendida en algún negocio, desalojos, lo que sea. Nosotros vamos y la acompañamos a hacer la denuncia.
–¿Qué resultados tienen en general?
–Gracias a Dios, casi todas salieron positivos.

Sólo en una ocasión la ACDDC tuvo un serio derrape. Fue en agosto de 2010 cuando la Justicia Federal desestimó una denuncia penal que presentó esta asociación civil contra nada más y nada menos que la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner; el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández; el ministro de Justicia, Julio Alak, y varios diputados y senadores nacionales. ¿El motivo? Haber impulsado y sancionado la Ley de Matrimonio Igualitario.
La curiosa presentación que llegó a los tribunales de Comodoro Py se fundaba en que “el pueblo argentino es esencialmente católico, y en la norma fundacional se expresa claramente este aspecto”. “En el Preámbulo (de la Constitución) invocamos a Dios fuente de toda razón y justicia, y en la ley de matrimonio homosexual insultaron la ley de Dios, y tenemos por nada sus preceptos”, añadía la demanda. De acuerdo con la ACDDC, las normas constitucionales “protegen el modelo de familia biológica-natural, la familia heterosexual” y el reconocimiento a otros modelos de familia sólo significa que “la Nación se enfrenta a un plan sistemático de terrorismo de Estado en lo cultural, constitucional, institucional, social y familiar”. El diario Página/12, que dio a conocer esta noticia, tildó al grupo de denunciantes chaqueños de “bizarros”.
Le pregunto a Conde si siente que fue un error haber impulsado semejante denuncia. Su respuesta me da una idea del sistema de lealtades que se maneja en La Carpa.
–No sé si fue un error, porque hay gente que piensa así. Y eso es un poco el componente de La Carpa. Pero también nosotros salimos en apoyo de “ellos” (en referencia a la comunidad homosexual) en algún momento. Por eso se pone un poco contradictorio el tema.
–Bastante, diría yo.
–Por eso mandé ese tema al silencio. Hubo un componente de personas que participaron de eso y como Gait escuchó que hubo un semiacuerdo, lo impulsó.
–¿Y vos estuviste de acuerdo también?
–Yo no es que estoy de acuerdo. Si vos estas en mi grupo, yo te voy a acompañar, siempre y cuando no haya que matar a alguien, ahí cambia la cosa. Igual no tiene modificación esta situación.
–¿Y se puede vivir con esa contradicción?
–Lo que pasa es que La Carpa te lleva a niveles… Vos ni te imaginás a los niveles que te lleva. Te lleva a niveles en que tenés que moverte muy lentamente (mueve las manos como si caminara con pies de plomo). Yo soy solo, siempre lo digo, pero ese grupo y componente es lo que me sostiene también. Entonces vos tenés que acompañar a la gente en lo que se pueda.

                                               ***

Se repite. Cada vez que menciono el tema, la mirada se le pone nerviosa, pega una pitada a su cigarrillo y me elude con un amable: “Después te cuento”.
Conde estuvo casado casi veinte años con la docente Lucía Codutti, con quien tuvo dos hijos: Ayelén, de diecinueve, y Arel, de nueve. Si bien en un primer momento apoyaron la protesta, el desgaste familiar pudo más. Los días y noches en La Carpa, el llegar agotado, el nerviosismo, las ausencias y el estrés acumulado hicieron que paulatinamente se creara un abismo. Hoy, hace cinco años está divorciado de Lucía y hace cuatro que no ve a sus hijos.
Ahora, del otro lado de Facebook está su hija, Ayelén.
Estudia Diseño de Indumentaria y Textiles en la Universidad Popular y dice que ahora le va “bastante bien”. Cuando le pregunto por su papá, reconoce que los recuerdos que tiene no son los mejores. “Tenia 6 años cuando me recibió en casa con la noticia triste de que lo habían despedido. Yo llegaba del colegio y me recibió con un abrazo y la noticia... No entendía nada, hasta que después vi una movilización en casa y se hablaba de ‘La Carpa, La Carpa’ y no sabia bien a que se referían con eso”, cuenta.
Pasaron días, meses, años, y  su papá seguía en la calle reclamando por su trabajo. Cada vez con más personas que se acercaban para apoyar su causa, que veían en él a un símbolo de la resistencia. Pero también, cada vez más lejos de su familia.  “Ahí comprendí que algo estaba mal. Papá no volvía a casa, ya no estaba casi nunca y lo único que sabía era que la lucha seguía, que no lo habían reincorporado. Él venía a veces únicamente a bañarse y descansar unas horas. O sea, a partir de los seis años yo ya no tuve más papá y me sentía por un lado triste y por otro orgullosa porque él estaba luchando por algo que le correspondía”.
“Mi mamá se la bancó mejor que todos, pienso yo. Sacó adelante la familia, hoy en día paga mis estudios y a mi viejo le dio su aguante incondicional”, valora. Le comento que su papá no suele hablar de ellos. “No te va a hablar de nosotros porque, ya te digo, no tenemos una buena relación ahora. Yo se que en el fondo le duele pero la verdad que no hizo las cosas bien, no nos demostró que le importábamos, lo digo por mi y por mi hermano. Tampoco intentó llamarnos, ni arreglar horarios para vernos. Igual ahora lo veo y te digo la verdad entro en pánico. Es una mezcla de sentimientos, pero no estoy enojada con él”. 
- Si él quisiera encontrarse con vos, ¿aceptarías verlo?
- No sé, porque no sé cómo reaccionar. No sé como reaccionaría él. Las últimas veces que me crucé con él no fueron momentos muy lindos... la pasé mal.
- ¿Se habla de él en tu casa?
- No se suele hablar mucho. Es muy raro porque de todas las cosas que hace mi papá me las entero por otros.
Dos días después de esta charla, Conde me llama por teléfono. No sé cómo, pero sabe que hablé con su hija (“sé que hablaste con la Ayelen) y que no le cae muy en gracia que hable con ella. Me pedirá que no indague más, que es algo muy doloroso y que lo obligará a revolver cosas de su pasado que hoy no quiere.
Esta negación del tema familiar lo llevó incluso a borrar de su memoria algunas cosas de su pasado. Cuando le pregunté sobre su infancia, muchas veces repitió que no se acordaba o que no estaba seguro. Olvidar, para Conde, es otra forma de sobrevivir. 


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No le gusta hablar de plata. Cree que tocar el tema genera resquemores y acrecienta los prejuicios de la gente en general. Estamos sentados cerca de La Carpa, alrededor de una mesa plástica redonda. Es una noche de agosto que parece de noviembre. Insisto en tratar la cuestión monetaria. ¿Cuánto dinero le tendrían que pagar si ganara la demanda contra el Estado? Conde da vueltas. Pero el contador Cabral, que está con nosotros en ese momento, no tiene problemas en contestar. Dice que según sus cálculos ese monto sería millonario.
Para él, son 10 millones de pesos. Para Conde es una exageración. Para mí también. Saco la cuenta en voz alta, calculadora del celular mediante. De acuerdo a los datos que me pasan ambos son trece años, lo que serían 156 meses de sueldo, de un salario promedio de 10 mil pesos. La cuenta me da 1.560.000 pesos, sin intereses, honorarios ni costas. Lo comento. Ninguno me responde.

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–¿Cómo hiciste todo este tiempo para vivir?- le pregunto a Conde.
–Cuando me instalé en La Carpa y vi que no podía aguantarme económicamente y le dije a un familiar que me ayude. Dame un subsidio no reintegrable, le pedí, porque si pierdo esta pelea no te voy a poder devolver, pero si gano te devuelvo. Y cuando pasó un tiempo le entregué un terreno, que es lo que corresponde, es lo justo. Lo económico para mí es importante pero no es lo trascendente.
–Si ganás el juicio, ¿qué vas a hacer con esa plata?.
–Quiero tener una casa pequeña con un buen terreno que tenga muchos árboles. Me gusta la parrilla, el disco de arado para hacer paella. Me gusta invitar a la gente y yo atenderla. Creo que no voy a cambiar eso porque ya lo hice antes y hoy lo hago acá.
–Y si sale esa sentencia, ¿levantás La Carpa?
–Es lógico que si la utilicé como una herramienta después la tengo que retirar. El problema es la simbología, es la cuestión que hoy me plantean todos. Eso es muy fuerte. Creo que ya escapa a mí esa decisión. Es más, los mismos gobernantes del momento tendrían que apoyar para hacer una oficina laboral acá. Siempre que hago algo quiero que quede para los demás. Hasta ahora estoy preocupado después de doce años que la gente entienda que esto no es una cuestión ni económica ni personal. Porque si vos analizás lo personal queda como que todo lo que hago es por mí. Si fuera por mí ni me hubiera metido en nada.
– ¿Soñaste cómo sería el día en que volvés a Secheep?
–No. Yo soy práctico en ese sentido.
– ¿Por qué crees que estás acá? ¿Por qué hiciste una lucha como esta, durante tantos años?
Conde piensa unos segundos. El viento ilumina su cigarrillo. Alrededor nuestro algunos amigos de La Carpa lo escuchan atentamente.
– Cuando me instalé en La Carpa fue un proceso mental que capaz no pueda explicarlo estrictamente. Algunos creerán que yo estoy peleando por la plata. Si yo quería la plata, hacía el juicio y me iba a trabajar de docente, de martillero. Mirá, justo hoy estábamos hablando con mi hermano Horacio y yo me preguntaba: ¿Por qué hice una lucha como esta? ¿Por qué me planté y me mantuve firme? La verdad que no sé. Debe ser por lo que soy, por cómo soy.

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No creo que vuelva.
A sus 54 años, pienso que él tampoco lo cree.
La resistencia de los funcionarios de Secheep,  el silencio actual de Luz y Fuerza y el pedido claro de Capitanich para que frene su millonaria causa judicial contra el Estado –la que él mantiene como su fuerza vital- hacen de su regreso casi una utopía. Por eso, una tarde de septiembre de 2012, me confesó que hace un tiempo está analizando la posibilidad de negociar un retiro.
Tampoco dirá en voz alta que su primer abogado erró, y feo, al impulsar una demanda pidiendo la indemnización en lugar de solicitar su urgente reincorporación a la empresa. Y que hoy, a más de una década de vivir en torno a una carpa, sigue sin saber cuál es exactamente el motor que lo empujó y lo mantiene en esta protesta extrema.
En un futuro, pienso que Conde será reconocido como uno de los grandes personajes de la ciudad de Resistencia. Estoy seguro de que cuando muera, La Carpa de Secheep, ese reducto de tablones, bolsas de consorcio y carpetas rellenas de documentos, lo sobrevivirá y se convertirá en un lugar sagrado, una suerte de meca para quienes alguna vez, en cualquier lugar del Chaco, se sientan excluidos, explotados o avasallados por cualquier poder.   
En un texto especialmente dedicado, el cantautor, Bosquín Ortega bautizó su lucha como una “épica de la paciencia”. “El cuerpo de Miguel Benito Conde Olgado es el mapa vivo de su credo”, escribió Bosquín. “Triunfó sobre la calumnia y la diatriba, la persecución de los patrones y la indiferencia de sus compañeros, la desconfianza y el prejuicio de muchos ciudadanos, distantes de la constancia de su lucha. Un obrero que asumió el mandato de unir su causa personal a las demandas de otros pares, ofendidos en su dignidad laboral. Sin quiebre o renuncia, bajo amenaza física y promesas incumplidas por todos los gobiernos. Su deterioro físico, su docencia cívica y su decencia ética, son las condecoraciones que luce con el primer sol de cada día”.  


*Crónica realizada entre los meses de agosto y octubre de 2012