jueves, 27 de junio de 2013

El intendente y su amigo el arrocero



(Las reiteradas denuncias por casos de cáncer y malformaciones en niños de Las Palmas y La Leonesa puso en la mira a las arroceras San Carlos y Cancha Larga por la aplicación indiscriminada de agrotóxicos en la zona. En esta entrevista, el intendente de La Leonesa, José Carbajal, no sólo reconoce su amistad con el dueño de las arroceras denunciadas sino que también  revela el modo en que los empresarios compran impunidad en el interior provincial).


José Carbajal es a esta altura uno de los protagonistas de la polémica respecto a la contaminación vía agrotóxicos que generan las arroceras de La Leonesa y Las Palmas. Además de ser el intendente de uno los pueblos afectados, Carbajal fue imputado por la fiscalía Federal de Resistencia por incumplir deberes de funcionario público, ya que no denunció que se estaban rociando pesticidas a menos de 1.000 metros de la población, violando así la Ley de Biocidas.

En un marco político y judicial favorable a Carbajal (el fuero federal se declaró incompetente en la causa y los diputados del PJ salieron a apoyar las plantaciones, con una foto en las arroceras mediante), el intendente tuvo un mano a mano con El Diario de la Región.

En diálogo telefónico, el jefe comunal reiteró su defensa al dueño de las arroceras San Carlos y Cancha Larga, Eduardo Meichtry, imputado también por la fiscalía federal por violar la Ley de Residuos Peligrosos. El intendente catalogó al productor arrocero de “amigo personal” y aseguró que “colabora con todos los pueblos” con dinero frescos y maquinarias.

Además ratificó que la denuncia de los vecinos y organizaciones sociales sobre el alarmante número de casos de leucemia, mal formaciones y enfermedades respiratorias que se dan en la zona a causa de los pesticidas es infundada.

- No queda muy en claro su posición con respecto a las fumigaciones con pesticidas en las arroceras y a la contaminación en La Leonesa. ¿Podría aclararla?

- Mi posición es que la cantidad de enfermos que hay no es alarmante. Nosotros tenemos 17.000 habitantes. Yo camino todos los días el barrio de mi pueblo, no es que diga que no hay ningún grado de contaminación. Lo que yo digo es que no supera la media la cantidad de enfermedades.

- ¿En qué se basa para afirmar esto?

- En el hospital Alejandro Fleming, de mi localidad, hay algunos datos de malformaciones... Nosotros estamos sabiendo constantemente la situación socio económica y de salud de la población. Lo que pedimos como intendencia en definitiva es que las autoridades competentes cumplan la Ley de Biocidas para tranquilidad nuestra. Mucho de esto es de interés político-personal. Yo soy un intendente reelecto, hace ocho años vengo trabajando y esto no puede aparecer ahora cuando las arroceras están hace 30 años.

- En relación al tema Salud, una concejal de su pueblo dijo que usted impidió que se releve al director del hospital, quien estaba acusado de esconder información de los casos de enfermedades vinculadas con la contaminación.

- No, en absoluto. Yo estuve hace unos días con la doctora (y directora de la zona sanitaria 1 interior, María) Narváez en la reunión donde se desarrolló una jornada con el sector arrocero. A mí no me consta en absoluto que haya habido relevamiento.

- ¿Qué relación tiene usted con el dueño de las arroceras San Carlos y Cancha Larga?

- Son dos arroceras. Eduardo Meichtry es dueño de San Carlos y la SRL que está integrada por varios socios y que administra Meichtry es la otra. En el medio de las dos está la del extinto Domingo Cutro que ahora la tiene su hijo Daniel. Yo tengo una relación amistosa con todos los productores en función de que fui uno de los grandes trabajadores para que las tierras del ex ingenio Las Palmas estén regularizadas.

- ¿Mechtry es su amigo, entonces?

- ¿Te cuento una sola cosa? Yo me hago cargo el 10 de diciembre de 2003. El 13 de diciembre nos inundamos y a mi casa llegó hasta la ventana el agua. Me encontré con Don Eduardo Meichtry en el banco donde me fui a retirar unos fondos que había quedado de la gestión anterior. Yo andaba arremangado y en alpargatas. No lo conocía a Eduardo. Me le arrimo y le digo: ‘Usted sabe don Eduardo Meichtry yo soy el intendente electo del pueblo, tuvimos esta desgracia y si nos puede dar una mano con este tema, porque estamos mal’. No teníamos una pala, nada. Y don Eduardo me dice: ‘Bueno, vamos a tratar de ver. Alguna mano vamos a dar’. En ese marco hicimos un cierto acercamiento porque colaboró como colabora con todos los municipios. En Vedia hasta lo hizo con el intendente Aldo Delpech, cuando los compañeros que fallecieron se habían robado la plata que venía del Estado Nacional para terminar un salón de usos múltiples y que recién lo inauguró el compañero Capitanich. Eso se hizo con fondos de Eduardo Meichtry. Colabora con todos los pueblos. En Las Palmas, siendo un gobierno radical, el pone su máquina. Es una persona realmente abierta, que vive de la producción y que no le conviene meter la gamba. Esta es la realidad.

- ¿Colabora con los municipios por una cuestión política?

- No, es su forma de ser nomás. Yo soy amigo personal de él. Y sería la primera persona en decirle: ‘Mirá Eduardo, vos estás metiendo la gamba’.

- ¿Habló con él sobre este tema?

- Si, hablamos constantemente. Él tiene su posicionamiento. Hace poco Hugo Morand, ex ministro de la Producción, salió apoyando a Meichtry. El no es de mi partido ni es amigo de Meichtry. Yo estoy comprometido en que se dilucide la verdad de una vez por toda y que nos dejen vivir tranquilos.

- No me cierra la teoría que usted plantea con respecto a una cuestión personal contra Meichtry si hasta la justicia federal investigó siete meses el tema.

- El fiscal Corregido no pudo encontrar una sola prueba.¿Qué hizo? ¿Paseó, miró? Esa es la pregunta del millón. Para mí es un improvisado.

- ¿Alguno de los arroceros de su pueblo pusieron dinero para financiar su última campaña política?
- (Muy ofuscado) No, yo no hice campaña con plata, señor. Esa es una gran equivocación de los observadores. ¿Sabe con qué hago campaña? Con trabajo de todos los días. Yo me levantó a las 6 y me acuesto a las 2. Todos los días trabajando para mi pueblo. Yo le cambié la cara a mi pueblo. Si no lo conoce me gustaría que lea un poquito la historia en función de que en 2003 en mi municipio estábamos siete meses atrasados en los sueldos. No teníamos una sola bicicleta. Hoy tenemos 15 vehículos propiedad del municipio. 40 cuadras de ripio y el hospital lo hizo el municipio. Los sueldos al día y con aumentos del 300%. No me reeligieron porque soy amigo de los arroceros o porque me gusta el arroz. Y no le debemos un solo mango a nadie.

*Publicado en abril de 2010 en El Diario de la Región


Los 98 del Batallón 601 en el Chaco






Fueron 98 los agentes civiles que reportaron desde el Chaco al temible Batallón 601 de Inteligencia durante la última dictadura militar. El dato se desprende de la nómina desclasificada este año por el Ejército a solicitud del juez Federal porteño, Ariel Lijo, quien pidió conocer todos los nombres del personal que integró dicha dependencia militar, responsable de la desaparición, tortura y muerte de miles de ciudadanos.

A 27 años del fin de la última dictadura, el Chaco inició un camino sin retorno hacia la verdad. La realización de los juicios orales por la Causa Caballero y la Masacre de Margarita Belén son claros ejemplos de ello. Ahora, con la publicación de casi un centenar de agentes de inteligencia del Ejército que trabajaron en la provincia entre 1976 y 1983, se aporta tan sólo una pieza más a este rompecabezas que durante mucho tiempo estuvo cubierto por un gran manto de oscuridad.

Esta historia arrancó en el verano de este año. El 18 febrero, la revista Veintitrés dio a conocer la lista de más de 4.300 agentes civiles de inteligencia que reportaron para el Batallón 601 en la dictadura, un documento histórico que tuvo fuertes repercusiones en varias provincias. Sin embargo, en el Chaco pasó casi desapercibido, básicamente por dos razones. Una, tiene que ver con el escaso número de lectores que tuvo esa edición. Esta aseveración no hace referencia a un supuesto fracaso en las ventas –de hecho la revista se vendió como nunca-, sino que hubo un hombre que compró en Resistencia gran parte de la tirada que había llegado a la capital chaqueña con la clara idea de que nadie más pudiera conocer la información.

Con el rumor de que había un “comprador compulsivo”, algunos pocos revisteros antepusieron el derecho social a la información al mero beneficio económico que le representaba vender toda la edición de un tirón. “Decidimos esconder todas las Veintitrés que teníamos e ir vendiéndolas de a una. Al que preguntaba le decíamos que nos quedaba sólo un ejemplar”, confió a este medio la dueña de un kiosco céntrico.

El otro motivo tiene que ver con una omisión errónea que hizo la propia revista en el listado. En donde decía “Nómina del personal civil de inteligencia que revistó en el Destacamento 124 entre 1976 y 1983”, debería haber dicho: “Nómina del personal civil de inteligencia que revistó en el Destacamento 124 ‘Resistencia’ entre 1976 y 1983”. Faltaba sólo la ubicación de esa dependencia castrense. Esta falta fue detectada por CHACO DIA POR DIA al verificar los nombres y números de documentos con los que aparecen en el padrón electoral chaqueño del año pasado.

Así, este portal pudo confirmar que en aquel grupo de 4.300 agentes civiles había 98 que trabajaron para el Destacamento 124 de Inteligencia, con asiento en la capital chaqueña, el cual dependía del 601. La mayoría de ellos (los que están con vida, al menos) tiene poco más de 55 años y casi todos tienen domicilio en Resistencia. Algunos pudieron barrer bajo la alfombra su pasado y en democracia continuaron desempeñándose como profesores universitarios o folcloristas, entre otras actividades. Siempre con bajo perfil.

De todos modos, vale aclarar que la inclusión en la nómina del 601 no implica que los mencionados estén siendo investigados por la Justicia y mucho menos acusados de haber cometido crímenes de lesa humanidad. Pero todos fueron parte de la sección de Inteligencia de una de las fuerzas que gobernó el país en la dictadura. Y, dado el caso, sus testimonios podrían ser un importante aporte a las investigaciones por los delitos cometidos durante los años de plomo.

Entre los que sí se comprobó que participaron directamente en la maquinaria del terror, se encuentra Alberto Horacio Valussi, fallecido impune en agosto de 2009, a los 68 años. Valussi, que en el listado del Batallón 601 tiene el inofensivo rol de “dactilógrafo”, está acusado de participar en sesiones de tortura, como las que sufrió el ex detenido político, Hugo Barúa.

Además está sindicado como uno de los que participó del secuestro en Posadas de Fernando Piérola, uno de los fusilados en la Masacre de Margarita Belén. Mientras reportaba para al Ejército, Valussi se mostraba a la sociedad como un simple profesor de historia que dictaba clases en el colegio Don Bosco y en la Universidad Nacional del Nordeste. El propio Barúa, ironías del destino, fue alumno de Valussi y lo reconoció mientras lo torturaba.

EL 601
El listado del Batallón 601, que lleva la firma del actual jefe de Inteligencia del Ejército, César Milani, fue entregado al juez Lijo por Ramón Torres Molina, titular del Archivo de la Memoria. Anteriormente, Torres obtuvo la nómina gracias al decreto 4/2010 firmado por la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner que desclasificó esa información a comienzos de este año.

La nómina total incluye los nombres de 1.599 personas que se desempeñaron como agentes civiles de inteligencia en el Batallón 601 y 2.353 que cumplieron tareas en distintos destacamentos y secciones en diferentes lugares del país. El documento se complementa con una lista de 345 militares. Se estima que sólo el 10% eran agentes con identidad cambiada.

Bajo la dictadura -y también desde tiempos previos- el Batallón 601 se especializaba en hacer inteligencia sobre todos aquellos grupos y personas consideradas subversivas, utilizando tácticas de infiltración, seguimientos, secuestros, torturas y desaparición final de sus cuerpos. Dependía de la jefatura II de la comandancia del Ejército y tenía destacamentos en todas las unidades que le reportaban directamente.

El Destacamento de Inteligencia 124 de Resistencia era una de esas dependencias castrenses. Con su base de operaciones por calle Brown al 100, el mismo tuvo varios jefes en su accionar durante la última dictadura: Armando Hornos (desde el 17 de noviembre de 1975); Herminio Quiroz (desde el 26 de noviembre de 1976); Roberto Martínez (desde el 27 de octubre de 1977); Ítalo César Pasquini (desde el 31 de octubre de 1979) y Dardo Herrera (desde el 30 de septiembre de 1981).

Con la difusión del listado del 601, se confirma que la concreción de aquellos hechos contó con el aporte de Personal Civil de Inteligencia (PCI) reclutado para infiltrarse en sindicatos, universidades, organizaciones políticas y sociales con el fin de recabar información para luego transmitirla a los grupos de tareas. Según explican los periodistas Adrián Murano y Franco Mizrahi, en Veintitrés, en la jerga del espionaje castrense, a esos informantes se los denominaba “Agentes de Reunión” y “Agentes de Producción”. En el organismo revistaban en todo el país unas 800 personas con esa especialidad. En el Chaco eran 19.

Luego estaban los “Analistas” –o “Agentes de Apoyo y Procesamiento”- encargados de clasificar los informes. Eran 475, repartidos en distintas especialidades: agentes, asesores generales, asesores informáticos y asesores universitarios. Estos últimos eran, en su mayoría, docentes que monitoreaban los contenidos académicos para detectar presuntos mensajes subversivos camuflados en bibliografías sugeridas y planes de estudio. Eran consultados, además, sobre las distintas actividades estudiantiles que se desarrollaban en las universidades.

Los que podían ser utilizados en los operativos recibían la clasificación de Agentes de Seguridad. Era el grupo más nutrido de la nómina: 930, en todo el país, mientras que en el Chaco eran ocho. La lista aportada por el Archivo de la Memoria incluye a mozos, ordenanzas, mecánicos, dibujantes, fotógrafos, radioescuchas, contadores y operadores de sistemas. También a espías y torturadores.

El Batallón 601 quedaba en familia: reclutaba a los informantes civiles entre los familiares del personal militar o avalados por otros agentes. Y varios de ellos incluso siguieron formando parte de la estructura de inteligencia del Ejército aún en democracia.

LA LISTA
A continuación se detalla la nómina del personal civil que trabajó para el Destacamento de Inteligencia 124, con asiento en Resistencia, entre los años 1976 y 1983. Todos tienen junto a su nombre el rol que, en teoría, desempeñaban dentro del Destacamento (Valussi es un claro ejemplo de que las tareas de los empleados no quedaban acotadas sólo al rol que aparece en la nómina):

Abuin, Raúl Ernesto. Según el listado del 601, su tarea era de radio operador.

Acevedo, Casimiro. De acuerdo a la nómina de inteligencia, era radioescucha.

Acevedo, Nicasio. Auxiliar de Personal.

Acosta, Ignacio. Mecánico.

Aguirre Guarranochea, J. F. Agente Secreto.

Alegre, Víctor Gregorio. Radioescucha.

Alegre, Pedro Alfredo. Dactilógrafo.

Amione, Ángel Miguel. Auxiliar de Contaduría

Arriola, Presentado Ramón. Dactilógrafo

Báez, Carlos Alberto. Agente de Reunión.

Balmaceda, Luciano. Radio operador.

Barros, Miguel Ángel. Agente de Seguridad.

Bauso, Miguel Ángel. Agente de Reunión

Benítez Espinosa, Pablo. Auxiliar de Logística.

Borchichi, María Angélica. Programador.

Bordón, Rufino Irrito. Mantenimiento.

Campuzano, Juan Carlos. Dactilógrafo.

Candia Vera, Ceferino. Radio operador.

Cano, Fernando Enrique. Agente de Reunión.

Canteros, Julio César. Agente de Reunión.

Canteros, Pedro Omar. Agente de Reunión.

Casamayor, Raúl Eduardo. Radioescucha.

Casullo, René Enrique. Agente de Seguridad.

Cerquand, Carlos Antonio. Dactilógrafo.

Ciliberto, Gustavo. Radio operador.

Cleva, César Antonio. Auxiliar de Contaduría.

Coronel, Alfonso. Dactilógrafo.

Cortéz, Jorge Roberto. Perfograboverificador Servicio de Computación de Datos.

Curuchet, Reinaldo. Radio operador.

De Biasio, Horacio. Agente de Reunión.

De Langhe, Enrique Rubens. Operador Servicio de Computación de Datos.

Delfino, Luis Enrique. Dactilógrafo.

Delturco, Durán. Radio operador.

Demonte, Cosme Ignacio. Agente de reunión.

Dib, Luis Alberto. Agente de Reunión.

Diloff, Nicolás Agustín. Peón.

Edl, Otto. Fotógrafo.

Encina, Raúl. Mozo.

Enríquez, Guillermo Ángel. Dactilógrafo.

Escobar, Ramón Alfredo. Radio operador.

Fernández, Rodolfo. Auxiliar de inteligencia.

Galíndez, Lucila Estela. Operador Servicio de Computación de Datos.

Giordano, Álvaro Oscar. Operador Servicio de Computación de Datos.

Giovannini, Mirtha Eve. Analista Servicio de Computación de Datos.

Gómez, Pablo Albino. Agente de reunión.

Gómez, Rubén Gerardo. Agente de reunión.

González Servin, Livio. Auxiliar de personal.

González, Demetrio. Dactilógrafo.

Izquierdo, Juan Carlos. Agente de reunión.

Juárez, Alfonso. Radio operador.

Lancelotti, Roberto Daniel. Auxiliar de archivo.

Lanzi, Hugo Omar. Dactilógrafo.

Lardone, Ricardo. Agente de Reunión.

Lavera, Francisco Alberto. Agente de reunión.

López, Laureano Ramón. Asesor universitario.

Maciel, Laureano. Radio operador.

Maestropiedra, Ernesto. Agente de censura.

Maidana, Federico Jorge. Agente de Reunión.

Maidana, Héctor Osvaldo. Auxiliar de Archivo.

Mamczur, José Bladimiro. Dibujante.

Medina, Ignacio Eduardo. Radio operador.

Melgarejo, Juan Ramón. Radio operador.

Mendoza, José Emilio. Dactilógrafo.

Monfardini, Victor Manuel. Conductor.

Montagner, Héctor Armando. Auxiliar de Archivo.

Morales, Ernesto Medaro. Dactilógrafo.

Nieto, Carlos Rubén. Programador Servicio de Computación de Datos.

Nocetti, Mario Héctor. Dactilógrafo.

Núñez, Crispin. Agente de Reunión.

Olivar, Edgardo Santiago. Dactilógrafo.

Pereyra, Ricardo. Perfograboverifiador.

Ormaechea, Alberto Jorge. Agente de reunión.

Pfluger, Miguel Ángel. Operador Servicio de Computación de Datos.

Pérez, Juan. Agente de Seguridad.

Ramírez, Carlos Horacio. Agente de Seguridad.

Ramirez, Felix Jorge. Dactilógrafo.

Rivas, Oscar. Asesor Universitario.

Robles, Juan Alberto. Agente de Seguridad.

Rodas, Sergio Oscar Félix. Agente de Seguridad.

Rodríguez, Carlos. Dactilógrafo.

Ruiz Díaz, Oscar Alcides. Dactilógrafo.

Salinas, José Claudio. Analista Servicio de Computación de Datos.

Salinas, Néstor Francisco. Auxiliar de Inteligencia.

Sánchez, Antonio. Mantenimiento.

Sánchez, Antonio Carlos. Radio operador.

Sánchez, Heriberto Hipólito. Radio escucha.

Seguridadovia, Víctor. Agente de Reunión.

Sejas, José Luis. Dactilógrafo.

Suárez, Máximo. Dactilógrafo.

Tesoriere, José Roberto. Agente de Seguridad.

Tuso, Eduardo Roque. Agente de Reunión.

Ubaldón, Eloi Miguel. Agente de Seguridad.

Valussi, Alberto Horacio. Dactilógrafo.

Vera, Julio César. Agente de Reunión.

Verón, Aldo Carlos. Dactilógrafo.

Vescovi, Hugo Eugenio. Perfograboverificador.

Yfran, Ricardo. Dactilógrafo.

Zarate, Rodolfo Alejandro. Radioescucha.



*Publicado en junio de 2010 en CHACODIAPORDIA.COM

De paseo por el cementerio



Los martillazos de Ocampo rompen el silencio en el cementerio San Francisco Solano. A cuatro metros de altura, sobre la plataforma de una gran escalera metálica, destruye con decisión la pequeña pared que divide a Gabriel Leguizamón del mundo de los vivos.  Hoy, su descanso eterno en el nicho 954 se va a interrumpir, al menos por unas horas.

Estamos a la mitad de un interminable pasillo, rodeados por cientos de sepulturas distribuidas en muros de unos siete metros de alto. Algunas tienen fotos, otras sólo revoque y un número.

Desde el suelo, atentos, miran Billordo y Don Maldonado, quienes en breve ayudarán a Ocampo a bajar el ataúd. Este último tiene la cara redonda, vientre abultado y sus anchos brazos ahora están llenos de polvo. Con cada mazazo se desprenden los ladrillos que luego arroja a una carretilla que está sobre el piso, provocando un ruido estruendoso.

Ya con el paso libre, Ocampo y Maldonado retiran el féretro donde desde hace más de 27 años yace Leguizamón. Su hermano, a diez metros de distancia, mira atento. Es alto, de anteojos grandes y ojos hinchados. Está mal: su mamá falleció en Rosario hace pocas horas. Sus restos vienen en camino.  

Billordo sostiene desde el suelo el pesado féretro que con dificultad pasan desde arriba sus compañeros. El cajón luce bastante deteriorado: La madera no da más. Cuando están a punto de dejarlo en el piso, cae un pedazo del lado posterior del cajón.  Sólo eso.

Con facilidad, Billordo hace un hueco con sus manos en la ahora blanda tapa del ataúd, justo en donde deberían estar las piernas del muerto. Se percibe poco. Sólo se alcanza a ver una tela blanca amarronada, y, al parecer, algunos huesos también color marrón. Billordo inclina su cuerpo hacia la derecha analizando el féretro. Luego levanta la mirada hacia el hermano del finado.

-Está en condiciones- le grita.

En pocos minutos los huesos de Leguizamón pasarán a una pequeña urna para que en el nicho donde yace se haga espacio para que su mamá lo comparta con él. Así, estarán juntos de nuevo, en el pequeño cubículo ubicado en la cuarta fila, letra “H”. La eternidad los espera.

Exhumaciones como esta se dan a diario en el colapsado cementerio municipal de Resistencia. “Fallecido que ingresa es porque sí o sí hay que sacar otro”, dice la directora, Mónica Fransac. Como medida provisoria, el municipio decidió hace un tiempo ganar espacio a través del procedimiento denominado “reducción de los restos”, que consiste en retirar lo que queda del muerto -previa autorización de los familiares- y colocarlo en una pequeña caja de madera, que luego se ubicará junto a la tumba de algún pariente.

La intención es también subsanar, en alguna medida, la idea poco iluminada que había puesto en práctica el anterior director, Vicente Sosa, quién al ver que el cementerio estaba apretado como colectivo en hora pico resolvió enterrar a los que nuevos ocupantes en los pasillos del predio. Aparentemente la imagen de gente pisoteando las tumbas no le parecía nada ofensiva.  Y eso no fue todo: cuando las tumbas se vieron cubiertas de yuyos producto de la falta de mantenimiento, Sosa le echó la culpa a la Madre Naturaleza. “Lo que pasa es que son tierras muy fértiles”, dijo en su momento. Poco tiempo después lo echaron del cargo.

Es insólito pero hoy por hoy nadie tiene la más pálida idea de cuántas personas hay enterradas aquí. El único indicio sobre la cantidad de fallecidos que descansan en las nueve hectáreas del predio municipal son las boletas que abonan anualmente los familiares de los difuntos. En la actualidad son 15.000, aunque el número es tramposo. Antes de 1992, la política del directorio era quemar toda la documentación que estaban asentada en los libros, tan solo para ganar espacio en las estanterías de la administración.

En la Argentina, mueren 800 personas al día: 33 por hora, una cada 2 minutos. En el Solano, a poco más de dos semanas de iniciado el 2008, ya son 48 los muertos que ingresaron. Para como está el lugar, el promedio es demasiado alto. Sin embargo, el número es bajo en comparación a los ingresos que se registran todos los años, ya que la media es de seis por día.


NO SOMOS  
NADIE 

Cuando me acerqué a hablar con los inhumadores, no les gustó la idea de salir en un periódico. Miraban a lo lejos y hacían chistes entre ellos: No querían saber nada. Pero don Billordo, después de un rato de verme parado intentando charlar con alguno de ellos, y quizás con cierta lástima, accede a la entrevista.

-Yo le voy a dar la gran nota, después léanla en el diario- les dice.

Sus colegas largan la risotada.

Trabaja cavando tumbas y trasladando huesos desde hace más de 20 años. Tiene 40, nariz importante, la piel curtida por el sol, pulseras rojas en ambas muñecas, el gesto adusto. En vos baja, como confesándose, me cuenta que después tanto tiempo es casi imposible que algo lo conmueva. Ni siquiera cuando le dan la tarea de enterrar a los pequeños ataúdes blancos donde llegan las recién nacidos, el momento en que todo pierde su significado.

El trabajo le viene de familia. Su papá fue inhumador durante 31 años. Hoy está jubilado viviendo en un lugar tan silencioso como el cementerio: El campo. Cuando tenía 11, Billordo vendía agua en el Solano mientras su padre enterraba ataúdes. Allí aprendió los gajes del oficio.

“Ayer saqué un resto, el padre de un amigo mío. Yo lo conocía a ese hombre. Era malo, malo, malo. Era diariero. Lo saqué y pensé: ‘Era tan malo este hombre y ahora fijate lo que es, nada’”, dice Billordo.

Aunque compare su trabajo como el de cualquier oficinista, hubo una vez, una única vez, que realmente sintió el absurdo de la muerte. Tiempo atrás conoció a un indigente que tiritaba de frío en plena vereda. Se acercó a él, y le ofreció dormir en su auto. Un día, el inhumador abrió su auto y vio que el hombre no podía levantarse. Billordo se asustó y lo primero que hizo fue llevarlo al Hospital Perrando para saber que le pasaba. Ese día el hígado del muchacho dijo basta: Murió de cirrosis. Después, cuando trajeron su féretro, tomó la pala con un nudo en el estómago y cavó el pozo donde descansa hoy el hombre. “Eso me afectó mucho”, recuerda.  

El cementerio tiene sus mitos. Voces de noche, ruidos extraños, esas cosas. Los empleados del lugar se ríen cada vez que preguntan sobre eso. Billordo luego de unos segundos, recuerda que algo raro le pasó tiempo atrás. En un mediodía caluroso como hoy, pero hace un par de años, recibió la orden de su jefe de ir a los nichos donde están los bebés, para determinar cuántos lugares había disponibles. “Cuando llego me pongo a anotar: 59, 60, 61,74, y así, los números vacíos. Y siento que llora un bebé. Me di vuelta, y no había nadie. Después le dije al chiquito que no me asuste más, que me pida lo que necesita. Después de ahí, nunca más me molestó”, relata.

El Solano es el fetiche preferido para los que aman la magia negra. Día a día, se encuentran todo tipo de indicios de que alguien espera que a otros les vaya muy mal. Cabezas de gallos, cigarros, pororó, fotos con nombres, manteles rojos con algunos cristales y muñequitos vudú con listones alrededor de su cuerpo, entre otros perturbadores souvenirs. Hace poco, los empleados del cementerio hicieron un curioso hallazgo: Encontraron cintas con nombres de algunos contadores del Tribunal de Cuentas –uno de los organismos de control estatal- colocadas dentro de un frasquito. Los auditores se enteraron aquí de la truculenta revelación.


MUERTOS RICOS/ 
MUERTOS POBRES 

Veinticuatro horas antes de la exhumación de Leguizamón, Billordo me mostró parte de las crudas escenas que ve durante 270 días al año. En ese momento estaban trasladando lo vestigios de lo que fue una quinceañera que murió tres días después de su soñada fiesta de cumpleaños. En el pozo se distinguen algunas telas blancas cubiertas de fango por sobre el fondo del cajón. Es el vestido de su fiesta, me cuenta Billordo. La imagen es por demás triste.

-¿Se nota mucho la diferencia entre muertos ricos y muertos pobres?- le pregunto al enterrador.

- Sí, se nota. Uno rico no va a venir a tierra. Es raro que venga a tierra. Siempre va a un panteón grande, un panteón familiar y, cuando viene, trae dos portacoronas, con unas 40 o 50 coronas.

- ¿Y el pobre?

- El muerto pobre puede tener una corona y una palmita. Más de tres o cuatro coronas no tiene. Y después, a la tierra.

Al igual que en el mundo de los vivos, la concentración de los terrenos se repite con las construcciones de los muertos. Calculo rápido: En tan sólo un panteón se podrían colocar entre seis u ocho nichos. Recorro algunos metros y contabilizo obras de hasta 60 m2,  similares a un pequeño monoambiente.

Si bien actualmente no se admiten más realizar este tipo de emprendimientos, en general, el valor de la parcela, dependiendo de la ubicación y del espacio requerido, oscila en 500 pesos, el terreno pelado. Las construcciones luego se erigen con mármoles finísimos y puertas de vidrio tipo consultorio odontológico, en algunos casos. En el fondo, vitrales con la efigie de Cristo o de María bendiciendo eternamente a los que hacen su último viaje, directo a los pies de Dios.  Ahora, en un panteón hay un pedazo de cartón escrito a mano que asegura que el lugar está en venta. El dueño pide 30.000 pesos, me cuentan. Lo anoto.

Ingresar al Solano cuesta. Son 100 pesos, sólo para ingresar. Luego se paga una cuota anual, que oscila entre los 20 y 40 pesos, dependiendo de donde está alojado el difunto. En el caso de que haya sido trasladado a un nicho mural, donde los restos ya son alojados definitivamente, el costo desciende a 8 pesos por año.

-¿Qué pasa con los que no tienen dinero para pagar?- le pregunto a la directora, Mónica Fransac, quién desde 2003 conduce los destinos del predio.

Toma aire y luego explica:

-Si no tiene solvencia económica, está la posibilidad de que, siempre y cuando vaya a cajón común a tierra, el contribuyente tenga gratis cuatro años, después de eso se le pueden hacer cuotas muy económicas de tres o cuatro pesos anuales, algo más que accesible.

En el suelo, donde los pobres tienen su último refugio obligado, el agua suele complicar las cosas. En épocas de lluvia el cementerio se transforma en una pileta de natación. Varias veces, los directivos del lugar tuvieron que explicarles a los parientes del finado que el ataúd será enterrado bajo agua, porque no hay demasiado tiempo para retenerlo en el depósito. La naturaleza trabaja rápido: Para cuando los cuerpos llegan aquí los procesos de autólisis -que es la ruptura de tejidos por los propios compuestos químicos internos del cuerpo - y de putrefacción, ya se iniciaron.

También hay celebridades en el Solano: Zito Segovia yace en un panteón distinto a todos los demás. Moderno, abierto. No se ve mal: la pintura blanca está bastante uniforme, y hay pocos yuyos a su alrededor. Junto a la sepultura del cantante hay un cofre de vidrio con un librito en su interior. Justo al lado, una pared blanca de cuatro metros de alto con una ventana de 30 por 20 centímetros que da hacia las tumbas que yacen en la tierra.

El histórico dirigente justicialista Deolindo Felipe Bittel, que fuera visitado por Eduardo Duhalde antes de asumir la Presidencia, también descasa aquí. Su panteón es robusto, de un mármol oscuro imponente. Billordo dice que estas sepulturas –la del folclorista y la del político del PJ - están muy abandonadas. A mi no me parecen tan descuidadas, pero no voy a discutirle.


EL FINAL 

Billordo empuja la carretilla con escombros hacia el centro del cementerio, para luego arrojarlos a un costado del camino. A veinte metros, que ahora son dieciséis, que ahora son doce, se distinguen a un grupo de seis personas, algunas lloran. Billordo se acerca al depósito donde acaba de llegar un nuevo difunto. Lo alza con ayuda de Ocampo, quién luego lo transporta en una estructura de metal con dos ruedas a los costados.

El fallecido es un adolescente. Su apellido, Maciel. Quienes conforman el pequeño contingente, se dirigen hacia uno de los pasillos en donde se encuentran los nichos. No tienen consuelo.

Pienso en seguirlos para continuar la crónica. Camino algunos pasos, recordando la vez que estuve aquí despidiendo a uno de los mejores amigos de mi familia. El olor a flores viejas y a humedad.  La sensación de estar caminando hacia la nada. El nudo en la garganta.

Lo pienso de nuevo.

Creo que la nota termina acá. 




*Publicado el 20 de enero de 2008 en elDiario de la Región

"Anduve armado buscando al asesino de mi hijo"


“Estaba drogado, no sabía lo que hacía, vi que algo se movió y lo quise asustar”. Con una Biblia de tapa bordó entre sus manos, campera de denim gastada, los ojos muertos y el pelo enmarañado, Miguel “Vampirito” Fernández reconoció en 2005 ante el Tribunal de la Cámara Tercera en lo Criminal haber asesinado a Gastón De los Santos a quien una bala calibre ’38 le destrozó el corazón una madrugada de diciembre de 2002. Gastón tenía 16 años.

Antes de saber de la muerte de su hijo, esa madrugada, Rubén De los Santos, estaba de festejo. El más pequeño de sus seis chicos cumplía años. Rubén comenzó a sospechar que algo andaba mal por el retrazo que llevaba Gastón, quien era particularmente puntual cada vez que salía a hacer mandados con su moto, una Zanella Sol 70 centimetros cúbicos, que su papá le había regalado tres meses atrás. Una llamada confirmó las sospechas.

“Esa noche yo veía que no volvía, no volvía, no volvía”, recuerda Rubén. “Y me llamaron por teléfono, que algo pasó, que le robaron la moto a Gastón. Y cuando me fui y llegué al lugar, mi hijo ya estaba tapado con una bolsa”.

Según la crónica policial, Vampirito Fernández por ese entonces hacía 20 días que se había fugado de la Alcaidía de Resistencia, en complicidad, dicen, de la policía penitenciaria. Durante el juicio que finalizó en mayo de 2005, Vampirito además de reconocer la autoría del crimen aseguró que esa noche, con otro amigo, tomaron “dos cajitas de vino con Rivotril”.

El 3 de diciembre de 2002, alrededor de las 3 de la mañana, Fernández junto a su amigo Victor Medina decidieron que esa noche era ideal para salir a robar. El objetivo: una despensa del Centro Comercial del Barrio Mujeres Argentinas. 

En ese mismo lugar, a esa misma hora, llegó Gastón a bordo de su moto junto a su primo para comprar una gaseosa. Mientras tanto, Vampirito estaba dedicado a reducir al sereno de la cuadra. Cuando se da cuenta de que el kiosko y el sereno estaban siendo asaltados, Gastón intenta huir del lugar. Se sube a su moto. Vampirito lo ve. Apunta. Dispara. Gastón recibe el balazo por la espalda. Muere en el acto. Fernández y su compañero escapan.


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De camisa parda mangas corta y pantalón de jeans, Rubén está parado bajo un sol radiante de sábado por la mañana. Estamos en medio de uno de los predios prestados que tiene la Fundación Gastón, dedicada a contener deportiva y culturalmente a los chicos y jóvenes que están en situación de riesgo social de las barriadas más pobres de Resistencia. Habla con un padre sobre los pormenores del viaje que esta tarde van a realizar a la localidad de Colonia Baranda, donde los chicos de su Fundación jugarán un partido de fútbol con pibes de allá y de paso tomarán la merienda.

Junto a Rubén están sentadas en ronda de sillas plásticas un grupo de mujeres de entre 20 y 30 años que charlan y toman mate y vuelven a charlar. Son algunas de las 40 personas que trabajan ad honorem en la Fundación, haciendo la comida, sirviendo la merienda, o simplemente estando con los chicos. Justo al lado de las mujeres, 22 pibes gritan y corren detrás de una pelota de fútbol.

El predio se encuentra ubicado en Avenida Malvinas Argentinas casi Belgrano y  tiene cuatro canchas para once jugadores. Junto a las canchas, en el medio del lugar, hay una pieza 4 por 4 que funciona de depósito, cocina y estudio de la Fundación. La construcción tiene en su fachada la cara en blanco y negro de Gastón de los Santos, con una sonrisa gigante. En su interior, hay más de cien pares de zapatillas donadas por una tienda de calzados, bolsadas de fideos, arroz y al menos una decena de pelotas de fútbol. Todo, menos las pelotas que se prestan a los chicos, son para dárselos a los pibes.

Luego de la muerte de Gastón, Rubén decidió encarar su dolor de esta manera. Evitando que la exclusión social, la pobreza y la violencia genere más monstruos como Vampirito Fernández. La idea surgió de repente una vez finalizado el juicio que encarceló a Vampirito, en 2005. “Fue un clic”, asegura. “Después del juicio dije que iba a dedicar mi vida a que la memoria de mi hijo quede en la conciencia de todos los chaqueños trabajando para la comunidad. Y así fue”.

Muchas víctimas de la inseguridad, han pedido más penas para los delincuentes,  bajar la edad de imputabilidad y hasta implementar en Argentina la pena de muerte. Rubén por el contrario pensó que el método para mejorar la seguridad no son más castigo sino enfocar todas las fuerzas en la contención de los chicos en situación de riesgo. En definitiva, darle esperanza a los pibes que no creen en nada porque no tienen nada. 

La Fundación hoy contiene a unos 100 chicos y proyecta hacerlo con unos 400 más. En esta organización el fútbol es clave. No sólo porque es la principal herramienta para que los pibes socialicen y se sientan contenidos por un grupo con buenas intensiones, sino que también es el propio alquiler de las canchas (que se cobran a adultos que quieren usarlas de noche) lo que genera el principal ingreso de la organización.

Tiene seis canchas más, junto a una casa en Caracas 650, en Villa Don Alberto, que es la sede de la ONG, la cual tiene hasta una pileta de natación recientemente refaccionada por Sameep. Las gestiones de Rubén posibilitaron que la familia Ermácora, dueña de la empresa de transportes, Puerto Tirol, les prestara  las canchas y le alquilara la vivienda que funciona como sede a un precio muy accesible. El alquiler de la casa –unos $450- es pagado por el Instituto de Cultura.

Gracias al empuje de Rubén, por estas semanas la Fundación espera que desde Cultura también envíen profesores que enseñen pintura, danza folclorica, entre otras cinco actividades más. Todos cursos para los chicos. Todos gratuitos. También se aguarda la llegada de cinco máquinas desmalezadoras, entregadas desde el ministerio de Desarrollo Social. La intensión es dar trabajo a unas 20 personas desocupadas, quienes trabajaran en dos turnos, de 7 a 18. El 80% de lo recaudado irá para los trabajadores mientras que el 20% restante será destinado a fondear a la Fundación. Pero las máquinas no son un regalo: Una vez por semana la ONG hará una limpieza completa de toda la Villa Don Alberto.

“Hacer esto fue ponerme frente a muchas realidades que duelen”, comenta Rubén, la mirada fija, los ojos colorados. “Tanto en la inseguridad como en lo que yo me estoy codeando día a día, que es la pobreza extrema. Chicos que no comen todos los días, chicos que no tienen un simple calzado para ir a la escuela. Hay chiquitos que han venido con los ojos rojos de droga. Que yo le dí una muestra de afectos. Les hablo. Cambiaron. Siguen viniendo. Hay chiquitos que vivían en la calle. Hoy me agrada ver a esos chiquitos que ahora tienen 14, 15 años y que están trabajando en una verdulería, ayudando. Me agrada recorrer, hermano, esta barriada tan amplia, que son casi 80 hectáreas, donde los chiquitos saben quien soy. Sacarlos de la calle a los chicos demuestra que esta tarea sirve”.

-Ahora salieron muchos famosos hablando sobre la necesidad de implementar la pena de muerte para algunos delitos. ¿Qué pensás de eso?

- Con la pena de muerte no se resuelve nada. Tal vez no sea la persona indicada en decirlo pero es como te decía, acá tenemos que pensar de otra manera. Acá mucho de lo que pasa es culpa de la corrupción y de que hubo gente a la que le interesó que estemos así. Tanto en la educación, como en el deporte, como en muchos ámbitos estamos viendo muchas cosas dolorosas. Por ejemplo, te sintetizo y si sale en la nota, mucho mejor: En el ministerio de Educación hay piqueteros que han recibido cerca de 400 becas para sus allegados, que a su vez esos que reciben las becas son extorsionados, hermano, para ir a cortar rutas, para presionar a funcionarios. Entonces, si a mí me dan 400 becas te doy vuelta la provincia, pero haciendo cosas beneficiosas. Sabés porqué, porque en mí está el no lucrar con la necesidad de la gente, y demostrarle al Gobierno que se pueden hacer muchas cosas. Este trabajo aparte de rescatar a los chico humildes les da otra visión de futuro.


                                                                                  ***

Hasta la muerte de Gastón, Rubén encabezaba una familia que quería salir de la tristeza. Mariana, su primera mujer y mamá de su hijo muerto, había fallecido en 1991 a causa de una complicación pulmonar. Padre soltero, tomó un trabajo como recepcionista en el Hotel Covadonga y a la par colocó una despensa.  “Gastón tenía 5 años y Javier 3 (su hermano) cuando quedaron huérfanos. Nos costó mucho salir; imaginate un padre sin su señora y que los hijos se pregunten el día de la madre, el día del niño, en el jardín, en todos lados… No tener a su mamá era terrible. Y yo tenía que asumir ese rol cueste lo que cueste”.

Pasó el tiempo y Rubén conoció María Elena, quien hasta ahora es su compañera. Vinieron 4 hijos más. Después de tanto sufrimiento la familia De los Santos creyó que la vida sería sólo sonrisas. “Gastón soñaba con ir a la facultad, quería estudiar Veterinaria… Cuando pasó lo de Gastón, caí”.

Con la muerte de su hijo, Rubén entró en un fuerte estado depresivo. Renunció a su trabajo en el Hotel y se dedicaba con pocas ganas a atender su despensa. Vivía alterado, se despertaba a medianoches a los gritos. Incluso llegó a recurrir al alcohol para olvidar tanto dolor. “La gente que me conoció años no podía creer en qué estado estaba, hasta donde llegué a caer. Conociéndome de que yo era un tipo dinámico, un tipo deportista… encontrarse con una persona alejada de la realidad. Hasta mi personalidad cambió. Muchas cosas cambiaron. El estado de ánimo no era el mismo para atender a 40 o 50 personas por día. Ver las caras de los vecinos que te preguntan: ‘¿Cómo te sentí’”, y no se imaginan”.

Una propuesta laboral hizo tiempo después que el destino de Rubén cambiara 180 grados. Guido Leúnda, ex presidente del Insssep conocía a De los Santos desde su trabajo como recepcionista en el Covadonga. Le gustaba su energía, según explicó, y además sabía que no estaba para nada bien, luego de la tragedia que vivió. Leúnda le dijo a María Elena –quien ya trabajaba en Insssep- que había un puesto en la obra social para Rubén, lugar en el que aún sigue trabajando. La estabilidad y el sueldo le dieron nueva vida.  “Eso me cambió, me dio fortaleza, me dio vida, económicamente pude zafar de muchas situaciones. Mi señora y yo hemos revivido”.

El primer evento que organizó la fundación antes de ser Fundación fue el Día del Niño en 2005, a tres meses del juicio que condenó a Vampirito Fernández. Tres meses de trabajo a doble jornada posibilitaron que una multitud llegara al Polideportivo Jaime Zapata. Ya en 2006 Rubén decidió que iba a comenzar a hacer homenajes anuales para recordar a su hijo. Sin embargo, hubo lo que él denomina “zancadillas” por parte de algunos funcionarios municipales.

-¿Qué tipo de zancadillas?

- El municipio, que era de la Alianza, yo renegaba contra (el ex secretario de Gobierno, Hugo) Matkovich, (Ángel) Rozas y todo el mundo por la muerte de mi hijo... En 2005 fue declarado interés municipal el acto nuestro y me llegó un escenario sobre tachos (lo dice con tono de desprecio), de tres por tres, con una multitud de casi 3000 personas. En 2006, consigo un escenario grandísimo, el escenario grande que tiene la Municipalidad, pero una semana antes me habla Aída Ayala que si yo no me molestaba porque querían traer al (cantante de folclore de 10 años) “Chinito”, de Tinelli.  “No por favor, si chicos hay por todos lados”, le dije. No te imaginás lo que me han hecho. Me hicieron un acto paralelo con muchísima publicidad en los medios. Trataban de que yo no muestre mi dolor. Y no surgió efecto porque acá fue un lleno total.

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Vampirito Fernández se escapó de la Alcaidía de Resistencia dos veces. Ya con un frondoso prontuario que incluía robos y amenazas con armas de fuego, su primera fuga se dio en 2002 y luego en febrero de 2003, siendo recapturado en la siesta del 2 de mayo de 2004. Siempre se habló de complicidad policial en sus fugas pero nunca hubo detenidos por ninguna de las dos.

Su último escape fue cinematográfico. Apenas se fue de la Alcaidía cruzó a la ciudad de Corrientes y el 14 de marzo de 2004 viajó a Buenos Aires y nunca más regresó a Chaco. Efectivos de Motovehículos lo localizaron en una finca de un familiar en San Francisco Solano. Se realizó el allanamiento, pero Fernández logró eludir el asedio policial y se mudó a Villa Gesel refugiándose en la casa de un proxeneta de Villa La Sirena, donde esperó mantener contacto con sus familiares. Luego, hizo escala en Trenque Lauquen esperando en la localidad de América, cerca del límite con la provincia de La Pampa. Vampirito tratando de despistar a los investigadores realizó algunos cambios en su aspecto personal. Se cortó el cabello y tiño de rubio parcialmente su cabellera.

Pensando que lo perdieron de vista, a fines de abril de 2004, Vampirito regresó a San Francisco Solano. Buscaba la forma de arreglar su instalarse con cierta tranquilidad en una estancia de Pehuajó a donde quería ir a vivir con su concubina. El 6 de febrero agentes de la Policía de Chaco con un exhorto del juez Inocencio Zanazzo se trasladaron hasta San Francisco Solano, partido de Quilmas, donde allanaron la finca situada en las calles 861 y 893 bis perteneciente a una tía de Vampirito, quien logró escapar por los pasillos de una villa de emergencia.

Alrededor de las 13 del 2 de mayo, el prófugo caminaba hacia una feria de la zona de San Francisco Solano, al parecer a comprar ropas, según comentó uno de los policías cuando lo interceptaron. Pero se especuló que su intención era robar porque no llevaba dinero. Una patrulla de la comisaría de Avellaneda lo interceptó en las calles 862 y 898, a unas siete cuadras de la casa de su tía.

-Ahora creo que no lo harías, pero en algún momento, ¿pensaste vengarte?

- Sí, anduve armado. Anduve preparado para cualquier cosa.

-¿Qué significa eso?

- Estaba decidido a encontrarme frente a frente. Busqué por todos los medios…

- ¿Matar a Vampirito?

- Sí, no te imaginas. Tenía pensado… Llegué a pensar en eso, recorrí la ciudad buscándolo, recorrí Barranqueras buscándolo. Sólo y armado. Arriba de mi moto, nomás. Tenía un 38. Pero después pensé que no me resolvía la vida porque tengo mis hijos, mi familia, y sufrieron mucho. Sufren hasta ahora. Entonces decidí descartarlo de lleno y hacerle un seguimiento más público. Por los medios, por todos lados. Y gracias a Dios dio sus frutos. Porque todos saben lo que hice, lo que sufrí. Lo hice con mucho dolor hermano, porque Gastón, huérfano de madre, 16 años, terminando su secundaria, excelente jugador de fútbol –jugaba en Resistencia Central- y que me lo hayan sacado así, fue matarme, me mataron (se quiebra).

-¿Lo volviste a ver?

- En el 2005 fue condenado y seguido por mí para que sea pasado de la Alcaidía a la cárcel. Acá me decían que era imposible hacerlo porque eso dependía de la Nación. No me costó entonces ir a Buenos Aires por medio del por ese entonces senador (Jorge) Capitanich. Al ministro de Justicia de la Nación le fui a plantear la necesidad de que ese sujeto pase a la cárcel. Capitanich me había dicho que era medio difícil porque el convenio que ha tenido Nación con provincia no se ha respetado porque la Provincia le debe muchísima plata a la Nación. Por eso los presos condenados no pueden pasar a la U7, por la deuda que se ha contraído. Insistí que encuentren los medios o caso contrario yo iba a presionar para que se resuelva la situación del asesino porque para mí como padre era un riesgo tenerlo de por vida en la Alcaidía porque iba a estar atento de si estaba o no estaba ahí. No iba a estar en paz. Hasta que recibo una notificación de que el condenado iba a pasar a la cárcel, eso fue finalizando 2005. El asesino mientras yo tenga vida… No se imagina que yo tengo conocidos tanto en la Alcaidía como en la cárcel que me van a notificar de su movimiento.

- ¿Sabés qué hace ahora?

- Ahora, hablando mal, te puedo decir que es una señorita ahí en la cárcel. Se le terminaron los beneficios que le daban en la Alcaidía.

- ¿Qué beneficios?

- Los beneficios fueron la salidas: estando preso salía a delinquir. En 2007 falleció un hijo de él. Estaba arriba de un techo y se ahogó, tuvo broncoespamos y murió. Me notificaron que iban a trasladarlo. Me voy y lo espero en la avenida San Martín y Rissione, en Barranqueras, que a tal hora lo iban a llevar. Viene el celular que lo traía al condenado y lo seguí. Lo seguí, lo seguí, lo seguí. Los guardiacárceles no sabían que hacer porque yo estaba sin armas, sin nada. Me fui hasta el velorio. Los familiares de él me miraban, no sabían si…Habrán pensado alguna vez que yo tenía miedo. Cuando abrieron la puerta del celular estaba a dos metros.

- ¿Por qué hiciste todo eso?

- Lo hice para hacerle saber que voy a ser la sombra mientras viva. Se le terminó la complicidad, se le terminaron los cómplices que tenía.


                                                                                  ***


Rubén mantiene hoy un juicio civil con la Provincia por daños y perjuicios. Su representante legal acusa al Estado de no tomar los recaudos necesarios para impedir la fuga de Fernández, hecho que provocó en gran medida la muerte de Gastón. Rubén asegura que lo que cobrará del juicio será una suma millonaria.

- ¿Qué vas a hacer con esa plata?

- Voy a seguir ayudando, voy a seguir trabajando y voy a dar mucho. No voy a regalar, sabés lo que voy a hacer: Voy a enseñar a la gente a trabajar. Porque mi propósito como entidad no es pedir subsidios, no quiero hablar de plata. Quiero que el Estado venga con herramientas, para que la gente trabaje. Quiero tener la panadería propia.

- ¿Cuál sería el ideal de la fundación?

-  Que pueda extenderse.

-  ¿Hasta dónde?

-  Hasta donde sea.




*Publicado en abril de 2009 en El Diario de la Región

Una noche con San La Muerte



Si hay algo de lo que estamos completamente seguros es de que vamos a morir. Todos, en algún momento, seremos carne para gusanos y, lamentablemente, no podemos hacer nada para evitar dicha contrariedad. En ese misterio, en esa última barrera que delimita la luz de la oscuridad, o viceversa, está la imagen del santo cuya contextura física es una fiel copia de cómo seremos después de que la naturaleza nos regrese al polvo.

Es martes 14 de agosto al mediodía, doce horas antes del día de San La Muerte. Estoy en plena Villa Encanto, a dos cuadras de la Terminal de ómnibus de Resistencia. Villa Encanto carga consigo la crueldad de los nombres paradójicos: es pobre y, por supuesto, nada encantadora. Es un cúmulo de ranchos fabricados con restos de chapas, algunos tablones, bolsas de consorcios y pancartas políticas; habitada por personas que ahora son los desechos del sistema. Justo por detrás de las casillas, se encuentra una casona propiedad de la familia Guanes Vallejos donde desde hace 20 años se alza un floreciente altar en el cual se venera, pide y agradece a San la Muerte. Este lugar, grande en proporciones aunque bastante austero, es el centro de los festejos que se realizan por el día del cadavérico santo.

En la entrada -una gran galería con escenario incluido- pregunto por doña Laura, la dueña de casa.
-Allá, al fondo – me dice una señora de carnes abultadas que con el dedo señala hacia el patio.
Laura Rosa Vallejos de Guanes es la organizadora de las reuniones por el santo pagano. Ahora, está junto a un par de personas desguazando a mano limpia algunos pollos para la cena de esta noche. Doña Laura tiene cabellos largos con pinceladas grises, arrugas asentadas y ojos cansados. Es que desde el 7 de agosto no para: las fiestas arrancan en esa fecha, con rezos del rosario y chocolate caliente para los chicos y culminan con almuerzo, cena y música en vivo los días 14 y 15. A la dueña de casa se la ve muy ocupada en la preparación de la enorme comilona de esta noche. Estiman que se acercarán unas 150 personas a comer pollos y chorizos acompañados con ensalada rusa. Resulta lógico que no tenga muchas ganas, ni tiempo, de hablar con un periodista.

-Pasá, ahí te atiende mi hijo.

Doña Laura llegó desde Corrientes hace 20 años y se instaló en un rancho en la inmensidad del monte chaqueño junto a su familia. Con la ayuda de Perla Rodríguez, una bonaerense devota del santo, pudo levantar el santuario. Rodríguez, además, colabora todos los años con los Guanes Vallejos mandando juguetes y chocolates para repartir a los chicos durante estas fechas.

Matías Guanes -19 años, ojos pequeños, un San La Muerte colgando de su cuello- me atiende. Vamos hacia el altar por un pasillo repleto de carteles y oraciones al santo. Al final, bajo una luz negra, hay una mesa atiborrada de esqueletos cuyas proporciones oscilan entre los 5 y los 15 centímetros de alto. Están cubiertos por capas rojas portando guadañas de lata y con los ojos encendidos, algunos llevan corona. El altar se ve bastante próspero y barroco.

-¿Quién es San La Muerte?- le pregunto a Matías, con la cumbia a todo dar como cortina musical.

-San la Muerte es un santo como cualquier santo normal. Es una creencia familiar que viene de años: de mis bisabuelos y mis tatarabuelos. Nosotros lo tenemos como un abogado: el defiende lo justo.
Las versiones sobre el origen del Santo de la Buena Muerte o Señor La Muerte son varias. Una de ellas habla de un rey que era tan justo en vida que, cuando murió, Dios lo sentó en un trono rodeado de infinidad de velas. Algunas estaban recién encendidas; otras, a punto de apagarse. Dios le explicó que cada una de esas velas correspondía a la vida de un ser humano y que al extinguirse él debería bajar a la tierra y recoger su alma para guiarla hasta el cielo.

-¿Y que se le pide?

-Se lo utiliza para pedirle para el estudio, para el trabajo, para la salud. Por ahí, en la sociedad tiene mala imagen pero es por lo que se quiere mostrar. El santo no es ni malo ni bueno: la persona que lo tiene es la que lo puede utilizar tanto para el bien como para el mal. En nuestro caso, el nos ayuda para que ayudemos a otros.

Convengamos: San La Muerte no es una figura, si se quiere, políticamente correcta: es un esqueleto con ojos encendidos y una guadaña sangrante en la mano, no muy apto para todo público. De hecho contrasta demasiado con las angelicales imágenes de los santos aceptados por la iglesia católica, quien a la vez no incluye al Señor de la Muerte como miembro del santoral. Además, resulta –dicen- tan cumplidor como vengativo: si no se le cumple lo prometido, desgracias y males se avecinarán cual torrente de agua. El mito reza, por otra parte, que el que talle una imagen de San La Muerte en hueso humano y se la coloque bajo la piel será inmune a las balas. A esto se le suma que si bien el santo es utilizado para conseguir trabajo, ser correspondido en el amor y protegerse contra hechicerías, también se lo utiliza para maldecir a personas y lugares, y hasta para vengarse de algún que otro enemigo molesto.

Sobre eso habla Pedro o San, como le gusta que lo llamen. San vive en Ingeniero Bunge, provincia de Buenos Aires, y apenas supera el metro sesenta. Ojos vidriosos, cabellos más allá de los omóplatos, sombrero de gaucho y varios esqueletos tatuados en brazo y pierna. Su historia es particularmente truculenta: vivió en la calle, robó, se drogó, casi asesinó a una persona jugando con un revólver, sufrió una terrible tuberculosis que por poco lo liquida y, además, casi lo mataron por despecho. Según relata, su ex mujer le dio la orden a su nueva pareja de eliminar a San porque no soportaba verlo con otras. En su casa apareció el sicario, lo acorraló en un rincón y le disparó. Aunque la sangre brotaba sin parar, la bala sólo le había rozado la frente. San, en lugar de ir al hospital, decidió hacer un pacto con San La Muerte que consistió en que él no se iba a mover del piso sanguinolento en donde estaba ahora tirado con la condición de que el Santo lo vengara. Y, al parecer, así fue.

- Pasaron unas semanas y el chabón que me disparó se pegó un tiro en los testículos.

- (…)

- El siempre llevaba la pistola en el cinturón y un día, cuando la iba a sacar para ponerla sobre la mesa, se le salió el tiro.

Por estos días Doña Laura no sólo recibirá a fieles de barrios cercanos sino que también hospedará a visitantes de varias provincias y del exterior. En su hogar esto ya es costumbre: durante casi todos los días del año, y aunque su familia biológica sean cinco (su esposo –un empresario que trabaja en una empresa de encomiendas- su hijo, su madre y su padre) se suele hacer comida para más de diez personas, entre amigos y fieles. Esta vez, como tantas otras, Laura alojará a no menos de cinco devotos que vinieron de otras localidades del país (principalmente de Buenos Aires y Santa Fe) hasta el 16, cuando los festejos por el santo ya sean sólo un recuerdo.

Entre los que se hospedarán durante los próximos dos días de fiesta -además de San- está Leo, un treinteañero de pelo marcial que vive en Capital Federal. Tras sus anteojos Ray Ban y bajo la luz negra del santuario comenta que durante toda su vida siempre estuvo cerca de catástrofes. El mismo día que volaron en mil pedazos la Embajada de Israel tenía que hacer unos trámites justo en frente del local israelí, pero faltó. Dos años después y diez minutos antes que estallara una bomba en la sede de la AMIA cruzó por en frente de la mutual judía en el colectivo que tomaba todos los días para ir a su trabajo. Lo último le sucedió el 30 de diciembre de 2004 cuando estuvo a un paso de entrar a República de Cromañón a ver a Callejeros. “Parece que la muerte está ahí, dando vueltas”, dice. Después de todo eso el ateísmo que profesaba hasta ese entonces no le cerraba tanto y, documental televisivo mediante, conoció al Santo de la Buena Muerte. “Vi como eran las reuniones, como era la gente, agarré mi mochila y me vine para acá. El santo es como un bastón para mí”.

Matías Guanes me invita a que venga esta noche, que se va a poner bueno, que van a venir grupos de cumbia (no se acuerda cuáles) y que van a cenar y a tomar, y que no hay problema, “es muy tranquilo por acá, no pasa nada”.

Los prejuicios suelen ser muy poderosos y ver el asentamiento en penumbras y los pibes, con gorras en plena noche, frente a las precarias casillas suele dar un poquito de cuiqui. Igual, le digo que sí.
A LA NOCHE

Llego a las 22. Salvo por la oscuridad del ingreso a la villa, no hay nada que temer. En realidad casi no hay nadie en la calle. Desde el terraplén, justo al lado del desagüe que separa la Avenida Malvinas Argentinas de Villa Encanto, se siente el retumbar de la cumbia. En la entrada de la casa de los Guanes Vallejos, ahora, está San con una mesita vendiendo merchandising del santo: estampitas, pequeños libritos, llaveros y algunas figuritas en yeso. La casa está adornada con grandes telas en blanco y rojo. Una bandera al costado agradece al santo por los favores recibidos. Unas cincuenta personas, entre las que están comiendo y las que no, disfrutan de la cena. Son pocas, me dicen: más tarde calculan que vendrán unas cien más.

Si no estuvieran colgadas sobre el escenario dos grandes imágenes de esqueletos con guadañas sangrantes sobre un fondo blanco, la velada pasaría tranquilamente como una fiesta de quince o un casamiento. Una gran mesa, de unos siete metros de largo, hecha por varios tablones aloja a una parte de los comensales. El resto está del otro lado del salón en seis mesas redondas. En ellas, gaseosas económicas y vinos; hombres de camisa y jeans, mujeres con vestidos y rush. El rojo (uno de los colores del santo) es el más popular entre los invitados. Chicos chiquitos revoloteando en el medio de la pista de baile, ahora semivacía. Un diyei de saco y remera apoya su codo sobre el escenario y espera, un camarógrafo de vientre amplio cada tanto encandila a las mesas, y un presentador, el hijo de la anfitriona, completan la escena. Matías, ahora, está de riguroso traje con corbata roja y camisa blanca. Mucha cumbia chaqueña suena fuerte. Me invitan a comer y acepto gustoso.

La música se diluye lentamente y Matías agradece a todos su presencia mientras se presta a entonar algunas canciones. Pienso en lo que se viene: las letras que hablan de la bondad del santo, de lo cumplidor y justo que siempre es. Pero no: sobre un karaoke arranca con un tema lento de los setentas que no logro descifrar, luego sigue con uno de Maná, otro de Chayanne, vuelve a Maná, continúa con un par de lentos más y culmina con un popurrí del cordobés Rodrigo. Mientras interpreta un tema que el cuartetero le dedica a un amigo muerto, una morocha veinteañera de flequillo filoso se abraza con él y llora. A mi lado, otra mujer de unos treinta hace lo mismo. Para muchos se cumple un año desde que algún pariente deja este mundo. Cambia el tema, y Matías anima a la morocha a bailar para pasar el momento triste. Y pasa.

Luego de la performance, vuelve la cumbia a los parlantes. El hijo de la anfitriona agradece a todos por estar y la cena continúa. Los cajones de cerveza empiezan a llenar las heladeras y algún que otro vaso. Los chicos chiquitos vuelven a revolotear en el centro de la pista.

Aunque el nombre del santo pagano rememore uno de los hechos más definitivos y temidos por todos, la fiesta desparrama vida por donde se la mire. Baile, comida, más baile, más comida.
Llega la medianoche y doña Laura, vestida entera de un rojo furioso, toma el micrófono y repite tres veces:

- ¡Hoy es San la Muerte! ¡¡Viva San la Muerte!!

-¡¡Viva!!- repiten los invitados.

Luego la misma morocha que abrazó a Matías recita una oración al Santo, único gesto religioso de la reunión.

- Oh, señor San la Muerte, poderoso espíritu esquelético, grande es tu bondad, eficiente son tus intersecciones. Humilde te agradezco, protector de la casa patriarcal, protector de todas las causas, protector de todo mal.  Protector de tus devotos, protector de los desesperados, protector de los pleitos, protector de toda amenaza, patrono de lo imposible, abogado de lo infalible. Guardián de los hogares, guardián de todo tramite, guardián de los que en ti confían, guardián de la Santa Muerte, guardián de la justicia.  Amparo contra toda hechicería, auxilio en los momentos difíciles, sostén de los que te invocan. De toda maldad, líbranos Señor. Ampáranos Señor de toda desgracia.  Protégenos Señor de la Muerte. Amén.
Arriba del escenario de concreto que se eleva a metro y medio del suelo, de a poco aparecen los plomos que van acomodando los micrófonos y los instrumentos para que de un momento a otro se presente el grupo de cumbia norteña Los Rancheros. Ese será el comienzo de una larga noche de baile y bebida hasta que salga el sol.

En una de las mesas del salón, una cincuentona rubia muy arreglada y notablemente mareada golpea, festiva, con un cuchillo una botella de vino vacía al ritmo de una cumbia. “Tic, tic, tic, tic”. El ruido se torna insoportable. Cuando Los Rancheros comienzan a tocar, la mujer le pide a un santafesino que la saque a bailar. El joven, cámara en mano, se retuerce para no ir. La mujer insiste, quiere bailar. El santafesino le indica mi humanidad. La rubia me mira. Y me arranca del asiento. Por algunos segundos somos los únicos en la pista. Hago un intento de baile y los cachetes se me sonrojan y parece que me van a explotar. Luego de unos minutos, salgo del paso y regreso al anonimato de mi silla plástica. En la pista todos danzan, chicos y grandes. Ahora hay un poco más de gente en la casa de los Guanes Vallejos, no mucha. De todas maneras, pienso, esto va a seguir así hasta el amanecer. Son las 12.30: me voy a dormir.

¿Por qué una imagen que refleja el final de los tiempos puede ser tan adorada y querida? Quizás, luego de escuchar a tantos devotos decir que San La Muerte les cambió la vida, que desde que lo veneran están mejor económica, familiar y amorosamente, pienso que la explicación de la muerte como fin de la existencia no puede ser la única. Encuentro otra en un librito de veintisiete páginas que San me vendió por cinco pesos a la salida de la fiesta. El libro –escrito por un tal Abel Brozzi- dice que según el Tarot de Marsella la imagen de la muerte es la carta número trece de veintiséis naipes que se utilizan para adivinar la suerte. No es el final: no predice un accidente inminente, ni una enfermedad incurable. La carta representa la esperanza de una profunda transformación: como una segunda oportunidad.
                               

*Publicado en 2007 en el número 7 de la revista Cuna